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La clase media/baja y el estado del bienestar

La izquierda debe izar su bandera y aumentar sin complejos las medidas de protección a ese 65% de la población

Viernes, 3 de marzo 2023, 21:54

Es realidad incuestionable que aumentan las desigualdades. La clase media/baja, con sus salarios justos, sus aspiraciones rotas y los servicios públicos disminuidos, está harta ... de un sistema que la bombardea con el tráfago de las publicidades indignas que pregonan felicidades falsas, un sistema que recoge orgulloso las plusvalías que generan las babas del inútil regocijo. La clase media/baja, desesperada por tanta inmovilidad, combate las frustraciones y los engaños votando a iluminados del mundo, a locos extravagantes que a fuerza de mentiras y exabruptos pretenden dinamitar el sistema democrático para erigirse en reyes de los escombros. Así, cuando todo se venga abajo, puede que exista la eventualidad de ascender un peldaño en la escalera del cielo prometido, un golpe de suerte que ponga fin a la mediocridad de una vida sin futuro.

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Las sucesivas crisis han deslizado a esa clase media/baja aún más abajo. Los economistas especializados en desigualdad sitúan a esta clase social entre los que ingresan el 75% y el 125% de la mediana salarial. Un estrato cada vez más amplio y cada vez más bajo. En España las clases media/baja y baja suponen un 65% de la población. Los precios se disparan, el consumo disminuye y el malestar aumenta. Y son estas clases sociales las que más sufren el deterioro de los servicios públicos, porque son las que más los utilizan. La educación ya no es un ascensor social y genera oportunidades selectivas. La sanidad pública disminuye sus presupuestos, se masifica y pierde calidad.

El estado del bienestar se tambalea y esto afecta a la calidad de la democracia. Y en una democracia más débil con unas clases media/baja y baja más desengañadas aumenta la fuerza de los populismos. A pesar de que la izquierda dispensa medidas como revalorización de pensiones, subida del salario mínimo, ampliación de las coberturas de desempleo, gratuidad relativa del transporte público, ayudas contra la pobreza energética, rebajas de impuestos en alimentos y energías, gravámenes a beneficios desmesurados de poderosas empresas y otras medidas similares, el esfuerzo resulta insuficiente y las clases media/baja y baja se empobrecen y el estado del bienestar se convierte en una quimera.

El estado del bienestar, al que la derecha tradicionalmente se opone (ver declaraciones de Aznar, años 90), ha sido siempre bandera de la izquierda, tomando como modelo los países nórdicos. La derecha se opone a un aumento de la presión fiscal a las clases media/alta y alta, como se opone a gravar especialmente beneficios de grandes empresas. Y sin esta presión fiscal progresiva y contundente no hay servicios públicos universales y de calidad y no hay estado del bienestar. Por otro lado, la derecha (en la oposición) no deja de reclamar ayudas estatales para diferentes sectores en contra de sus principios y con el único objetivo populista de conseguir votos. El camino de la derecha, cuando tiene el poder, no es otro que el de privatizar servicios públicos, congelar pensiones, flexibilizar las relaciones laborales, rebajar las coberturas por desempleo y oponerse a la elevación de los salarios mínimos. Menos gasto social. No hay otro camino, pero está prohibido decirlo cuando no se tiene el poder. Una de las técnicas utilizadas por la derecha para la desacreditación del estado del bienestar ha sido la propagación constante y cansina de la ineficacia de lo público, con la consiguiente justificación de las privatizaciones y la asociación perversa de los servicios privados a la idea de libertad. El equilibrio necesario para el estado del bienestar entre capital y trabajo se rompe. La derecha santifica al capital (la plusvalía excesiva e indigna no es usura, no es una vergüenza, sino una virtud) y se demoniza al trabajador (flexibilizar contratos, abaratar despidos, recortar derechos, bajar salarios y aumentar productividad).

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Las profundas desigualdades sociales, la ampliación de las clases media/baja y baja y el deterioro de las relaciones laborales y de los servicios públicos facilitaron en otros momentos de la historia los totalitarismos y ahora favorecen los populismos, y, desde luego, destruyen el estado del bienestar. La izquierda debe izar su bandera y aumentar sin complejos las medidas de protección a ese 65% de la población, dotar de más recursos a los servicios públicos esenciales, construir millones de viviendas públicas para terminar con la vergüenza de los alquileres desorbitados y aumentar la presión fiscal a las clases pudientes y a los beneficios excesivos de las empresas. Solo así se combatirán los argumentos de los populistas y las clases media/baja y baja recuperarán esperanza, dignidad y bienestar.

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