¡Cloc, cloc!
Callar. Es complicado, no obstante, saber callar. Si de mi dependiera, incluiría algún tipo de#asignatura, curso, seminario o como quieran llamarlo dentro de la vida para aprender a callar. Y luego daría un carné
Pues ya estamos en 2023. Hemos llegado y nuestra primera preocupación ha sido, después del vestido o no vestido de Cristina Pedroche, la separación de ... Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa. Iba a poner el escritor Mario Vargas Llosa, pero entonces me he dado cuenta de que también tenía que ponerle algún título o profesión a la señora Preysler y no sabía qué escribir. He mirado entonces en la Wikipedia y… Miren, les pongo lo que dice: «una 'socialite' hispano-filipina». Así la define. Yo lo he tenido que buscar, si bien, es asombrosa la cantidad de expertos en papel cuché, relaciones, dinastías familiares, literatura y asuntos varios que tenemos en este país. Un sinnúmero de expertos. Qué bonita es la palabra 'sinnúmero'. Se emplea poco. Una pena.
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De estas cosas, me refiero a lo del amor y el desamor de los famosos, no a lo de las palabras -estas se me dan mejor- he de confesarles que me suelo enterar a destiempo. Cuando todo se ha dicho o callado porque en esto del amor y, en general, en cualquier aspecto de la vida, tan importante es lo que se dice como lo que no se dice. A veces, incluso más importante.
Callar. Es complicado, no obstante, saber callar. Si de mí dependiera, incluiría algún tipo de asignatura, curso, seminario o como quieran llamarlo dentro de la vida para aprender a callar. Y luego daría un carné.
Es un mecanismo un tanto intrusivo, lo admito, pero resulta agotador que todo el mundo sepa de todo y que ese mundo, además, siempre decida -porque esto, aunque parezca mentira, es algo que, al parecer, decide uno mismo-, que es más listo que cualquiera (con independencia del nivel intelectual, cualificación, experiencia, etc. de ese cualquiera). Así, no es de extrañar que den ganas de ponerse a diseñar mecanismos de control social.
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Un botón. Un simple botón con el que poder dejar mudos a los sabelotodo. Oh, qué bendición. ¡Qué maravilla! Apretar y entonces, silencio. Mutear a la gente. El muteador. Suena bien. Quizá debiera patentarlo.
Y a los que se pasan el día gritando, para esos también habría botón. Cómo me molesta esa actitud. Y no me refiero a un momento de enfado en el que uno alza la voz de forma transitoria, que de eso todos tenemos, sino a personas que siempre gritan. Siempre. Da igual el lugar. Da igual la profesión. Da igual la clase social. Da igual todo. Hay gente molesta y pesada que quiere llevar la voz cantante (y la razón) a todas horas. A mí, en el fondo, me recuerdan a las gallinas. No tengo claro el motivo de esta asociación, pero incluso así las imagino.
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¿Y cómo hacen las gallinas? Pues sería un poco como el Congreso de los Diputados de estos últimos años. ¡Cloc, cloc! O como una reunión de vecinos en la que algunos miembros de la misma han visto demasiados capítulos de la serie esta de los conurbanos mal avenidos. Cuánto daño ha hecho esa serie a este país. ¿El Congreso? Pues según se mire. A ver, ¿con quién van? Pues la respuesta ya la saben.
Las onomatopeyas son muy útiles para estos casos. Antes se utilizaban más. Hay quien rehúye de ellas, como si fueran una enfermedad, porque dicen que emborronan el texto. Admito que, a veces, así puede suceder si se abusa, pero no estaría de más recuperar alguna y utilizarla. Como el cloc, cloc. O un clásico bla, bla, bla. Cualquiera de ellas serían de utilidad para titular según qué intervenciones políticas y así, además, los mítines que nos esperan en este largo año de elecciones resultarían más alegres.
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¿Y qué me dicen de la persona gritona del bus, por ejemplo? Esa que no solo cuenta su vida, enfermedades y desgracias -ya saben que estas personas sufren más calamidades que el resto de la humanidad-, lo de la Preysler y Vargas Llosa y lo del Congreso o el Senado, que allí ahora también se discute como en los gallineros, o lo de su comunidad de vecinos. ¡Cloc, cloc! Bla, bla, bla.
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