Ya habían intentado hacer negocios en Santander, tentativa saldada con un rechazo. Es una oferta itinerante. En el caso de Gijón sería un presupuesto mayor ... que el del Ayuntamiento gijonés: trescientos millones de euros -la cifra no surgió por generación espontánea- para las obras de El Molinón, pero no quedó claro porque nada de este asunto ofrece transparencia. Salvo, desde luego, los procedimientos seguidos en su presentación oficial: la última instancia ante la que comparecieron sus promotores fue el amo de la propiedad, el Ayuntamiento, víctima de una falta de respeto, postergado, ninguneado, por el conglomerado empresarial mexicano y expuesto al ridículo por esta misma razón. Cuando se llevaban vertidos ríos de tinta en explicar las características de la operación, pareció llegado el momento de dar explicaciones al concejo. Mientras, Cofiño, vicepresidente del Gobierno regional, ya estaba al cabo de la calle (o no, ¿quién sabe?; por cierto, ¿qué pintaba Cofiño en el sarao matritense?).
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Solo una razón podría haber para inclinarse por ese método, desaconsejado por cualquier manual de protocolo, la condición cambiante de los propósitos de esta operación, que revela improvisación, que está prendido con alfileres, como evidencia esta sucesión de hechos, balance de lo publicado esta semana.
Así, el aparcamiento subterráneo de cinco mil plazas resulta inviable y queda reducido a 1.200, menos de la cuarta parte. Se ve que al cocer todo mengua. Pero no. Lo que iba a consistir en un traslado del campo unos metros, se convierte en cien metros de mudanza en dirección este. El resultado, la ampliación del estadio en ocho mil metros cuadrados. La zona comercial que sitúan frente al parque de Isabel la Católica -olvidada, al parecer, la avenida de enlace con la playa, que ya está hecha- pasa a ser de doce mil metros cuadrados, lo que puede implicar la obligación de acogerse a otro procedimiento de tramitación legal, más complejo.
Todo parece fruto de la improvisación, de una interpretación marxiana de la vida (estos son mis proyectos, pero si no le gustan tengo otros). Por eso quizás lo que mejor resume el tinglado es que se trata de un concepto. Un concepto. Acabáramos. De ahí la improvisación.
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Si se trata de la financiación, lo primero que se les ocurre es recurrir a cambiarle los apellidos al estadio -opción prohibida que ofrece recursos muy limitados- y a etéreas, gaseosas, ayudas o subvenciones estatales. O los palcos vip, cien, nada menos. No existe ningún estudio económico que respalde esas fuentes de financiación. Ninguno.
Y como remate, la nota artística, consistente en un «legado para Gijón y para Asturias», se supone que de la colección del prócer astur-mexicano Pérez Simón (equívoca definición, porque el legado es una disposición testamentaria, de obligado cumplimiento, y habría que ver, en su caso, qué encaje tiene en la operación).
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Es llamativo, por otra parte, el efecto taumatúrgico producido por las palabras del presidente de la Federación Española de Fútbol, con ocasión de la inauguración de ese ejemplo de culto a la personalidad de Maximino Martínez que son las nuevas instalaciones federativas asturianas: cuanto menos se hable de la candidatura de Gijón al Mundial de 2030, mejor. Da la impresión de que la consigna ha surtido efecto. Han cesado las filtraciones interesadas sobre la maravilla que prepara en El Molinón el grupo mexicano. Pero no sus ecos. Se espera el pronunciamiento de entidades vecinales, culturales, ciudadanas, en fin, que hasta ahora no han abierto la boca. Gijón es una ciudad participativa y no dejará de tener opinión sobre el megalómano macroproyecto, como lo denominan sus entusiastas turiferarios. Quedamos a la espera.
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