Está claro que Bélgica se ha convertido en el refugio de políticos. A la tierra de Tintín y donde las patatas fritas, los mejillones y ... los bombones son su seña de identidad gastronómica han acudido a resguardarse varios de nuestros políticos. Muchos de ellos para burlar la justicia, como Ruiz Mateos o Puigdemont. Otros para medrar en el establishment comunitario (¡ojo, sin quitarles méritos!), como Pedro Solbes, Javier Solana, Borrell,... Y luego están los que han vuelto a Bruselas tras su efímero paso por la política española. Y aquí es donde se encuentra el caso de nuestro Diego Canga, ese alto funcionario de la Unión Europea que regresó a Asturias para liberarnos del demonio socialista encarnado en Barbón y que después de quedarse compuesto y sin novia regresó a la capital de Europa.
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Las ultimas noticias que llegan desde Bruselas es que la efimeridad sigue acompañando a Diego Canga. Nueve meses le duró su aventura asturiana, enrolado en las filas de un PP que, tampoco se puede obviar, estuvo a un escaño de gobernar en Asturias con Vox y recuperó para los populares la autoestima perdida bajo el liderazgo de Teresa Mallada, la mujer que llevó a los populares a los peores resultados electorales de la historia autonómica de Asturias. Tras la espantada de octubre, cuando Canga renuncia a su escaño en la Junta General al comprobar que su partido no le abría la puerta para ser presidente del PP de Asturias y senador, llega ahora un nuevo episodio (¿será el último?): su baja como afiliado del partido. O más bien, presunta baja, porque en el PP no tienen notificación alguna de que Diego Canga haya dejado de ser afiliado del partido. No obstante, la sensación que hay entre los populares asturianos es que, si es así, tampoco les importa mucho. Uno de sus dirigentes, preguntado por ello, respondió con una estrofa del temazo de Laura Pausini: «Se fue, se fue, me quedó sólo su veneno (se fue) / se fue, y mi amor se cubrió de hielo (se fue) / se fue, y la vida con él se me fue (se fue) / se fue, y la razón no la sé».
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