Desarraigo

PLAZA MAYOR ·

Desde el Ayuntamiento, para ganar tiempo en la reforma global del Muro, se plantea la posibilidad de actuar ya en el tramo que va de ... les Chapones al Sanatorio Marítimo, que no está afectado por el plan especial del conjunto del paseo. Pero al margen de la pertinencia o no de la propuesta, que parece sensata y razonable, cuesta trabajo encontrar palabras para definir la deplorable contumacia con que desde el concejo no se llama a algunos sitios por su nombre. Y este es un caso sobresaliente: llaman El Rinconín a la zona que estaría afectada por las obras, la comprendida entre el antiguo merendero del Pericachu y el Sanatorio Marítimo. Aquel ameno paraje del litoral gijonés no es El Rinconín y resulta obvio que si no es El Rinconín constituye un sinsentido denominarlo El Rinconín, porque El Rinconín es la playina y es el parque que están en la parte posterior del citado establecimiento asistencial (para no participar en el despropósito, EL COMERCIO, con buen criterio, hace referencia a la avenida de José García-Bernardo, de la que aquel trozo de costa forma parte).

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Es un hecho que Gijón, con sus defectos y virtudes, ya estaba aquí cuando llegaron. Ellos y ellas, quienes se encargan de la gobernación municipal, tienen la obligación de conocer el territorio cuya administración les han encomendado los votantes, el pueblo soberano. Y eso incluye los nombres de los sitios y lugares del municipio. La impresión más abundante que se desprende de sus actuaciones, sin embargo, va en sentido opuesto. Y eso implica desarraigo y el desarraigo significa falta de compromiso. Es inevitable, a veces, tener la percepción de que se gobierna Gijón desde una perspectiva equivocada, que no concuerda con la idea que debería prevalecer en torno a lo que significan los intereses generales de Gijón. Puede que se deba a un déficit de capacidad o que se trate de manifestaciones de frivolidad irresponsable, siempre con honrosas excepciones, pero es un hecho que incluso se expresa en decisiones recientes de matiz folclórico y, como tal, resultará imposible soslayarlo, a todos los efectos, al hacer inventario y balance de situación.

El festival aéreo, en cambio, ha sido un éxito, pese a la merma que significó en espectacularidad su parcial desmilitarización. Fue notable la exhibición nocturna con drones. Después, vuelta a las andadas con las exageraciones sobre la afluencia de público en la jornada dominical. 250.000 personas son la población entera de Oviedo y 32.448 almas más. No hay cálculo que sostenga esa cifra. No es serio. Decir eso equivale a tratar a la gente como si fuera menor de edad. Se trata de otra ligereza de Divertia, esa máquina municipal de reparto de subvenciones que contribuye a celebrar en setiembre la fiesta de la cerveza de octubre. En el parque de los Hermanos Castro, por supuesto, cruelmente mutilado para convertirlo en aparcamiento y en escenario de espectáculos musicales alquilado a precios irrisorios. Empresarios sin empresas, espacio público, negocio privado. (Y 94.842 personas en espera de una primera consulta externa, 28.135 más que hace un año, en la sanidad pública asturiana).

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