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Una actitud crítica con uno mismo implica discernimiento y reconocimiento de las propias limitaciones. La autocrítica es un proceso interno, personal. Sin embargo hay políticos ... que entienden la autocrítica como un reconocimiento de mala comunicación, lo que es lo mismo que decir: lo hice bien, pero no he sabido explicarlo, o lo hice bien, lo expliqué, pero no me han entendido. Esto no es autocrítica, sino cinismo. Ante la contundente victoria (de la representante) de la derecha en las elecciones autonómicas recientes, una parte significativa de la izquierda se ha vestido con la piel de la zorra de la fábula para gritar una vez más que las uvas de la providencia estaban rabiosamente verdes. No es posible examinar el fracaso aludiendo a la confusión o a la ignorancia de los electores. El cinismo y la negación están de más, porque no hay nada más triste y desacertado que achacar mi incapacidad a la ignorancia de los demás o intentar ocultarla relativizando el ansia de alcanzar las uvas o descalificando el estado general de los frutos a la vista.
A los políticos se les llena la boca con elogios al pueblo, el pueblo es sabio, el pueblo sabe lo que quiere, y aluden con frecuencia a su grandeza, a su generosidad, a su espíritu de sacrificio. El pueblo escucha, o no, y reflexiona, o no, pero vota, y entonces los fracasados sugieren la equivocación del pueblo, insinúan su ceguera, aluden a su ignorancia. Y se quejan de que el pueblo haya votado a una persona de discurso incoherente, a una candidata que no hilvana reflexiones profundas, que miente compulsivamente y frivoliza el papel del político equiparándolo al de una estrella de cine, que banaliza el ejercicio de la política y resta importancia a la salud desatendiendo los dictados de la ciencia. ¿Cómo ha podido pasar?, se preguntan, y concluyen: ¡Sin duda la gente es imbécil!
Pero decir que la gente (o el pueblo) acierta o se equivoca es decir casi nada. El pueblo no es sabio o ignorante, porque ni la gente ni el pueblo son fácilmente identificables como un todo homogéneo. La democracia no da la razón a la mayoría, le da el poder. Varias veces he referido la anécdota del profesor de filosofía que, al tiempo de explicar la democracia, ponía un conejo sobre la mesa y decía: «Quienes piensen que es coneja que levanten la mano» Luego añadía: «Ahora que la levanten quienes piensen que es conejo». Después de la votación, cogía el animal, le levantaba el rabo y decía: «Diga lo que diga la mayoría, esto es una coneja». La democracia es más democracia cuanta más información exista a disposición de los ciudadanos. No se conoce mejor el sexo del conejo escuchando opiniones que atendiendo a las informaciones precisas sobre la anatomía del animal. La democracia se fortalece cuando los ciudadanos disponen de información contrastable y veraz, y se vigoriza si los candidatos explican al detalle y serenamente sus intenciones, sus propuestas, sus principios y sus convicciones. No necesito que los candidatos se quejen o gruñan, no necesito que insulten, ni siquiera que opinen. Necesito que articulen propuestas, que argumenten soluciones, que se expresen con racionalidad y coherencia.
La izquierda derrotada debe preguntarse cómo ha expresado sus convicciones y cuánta incoherencia ha habido en su acción política. Debe identificar la energía perdida en las respuestas inútiles a las burdas provocaciones. Si uno quiere ser coherente, si uno quiere andar a bien con su conciencia política, debe mantenerse firme en sus principios. Es digno perder unas elecciones por exponer propuestas ajustadas a principios. Es triste hacerlo por haber dudado de tus convicciones y haberte diluido en el barro del populismo y la confusión.
Una buena autocrítica pasa por el estudio detallado de actuaciones propias Ante un discurso elemental, basado en cuatro conceptos bien coloreados y una estrategia consistente en presentarse como adalid de un territorio singular frente a ataques externos infundados (nos salvó, nos defendió), la izquierda quedó desorientada, aceptó la confrontación y renunció a la profundidad. La extendida fatiga pandémica exigía esfuerzos ingentes a la hora de proponer una nueva forma de convivencia basada en la solidaridad que compitiera con la campaña de la alegría. La izquierda debe persuadir desde sus principios, debe intentar mostrar su convicción de que la democracia no consiste en 'votar por lo mío', sino en votar 'por la colectividad'.
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