El fin nunca justifica los medios. Incluso, dando la vuelta a la frase anterior, se podría afirmar que los medios impropios o equivocados, hacen deleznable ... un fin que en principio es bueno. Las recientes agresiones contra obras de arte en diferentes museos de Inglaterra, Holanda, Alemania y Australia protagonizadas principalmente por Just Stop Oil, una rama radical del activismo contra el cambio climático, nos dan una imagen fanática y negativa de este grupo ecologista. 'Los girasoles', de Van Gogh, o 'La joven de la perla', de Vermeer, nada tienen en común con las extracciones petroleras británicas.
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El fanatismo, que en el fondo no es más que una creencia absoluta e irracional en unos determinados valores, a menudo la suele emprender contra el arte. El realismo socialista soviético prohibió el arte abstracto y la mayor parte de las vanguardias por considerarlas manifestaciones de un espíritu burgués y subjetivo. También en los años treinta, los nazis calificaron de «arte degenerado», y por tanto proscrito a unas estéticas muy similares a aquellas de las que abominaba el realismo socialista. Por fanatismo religioso, los talibanes volaron los dos budas de Bamiyan, gigantescas esculturas labradas en la piedra. Haber sido declaradas Patrimonio de la Humanidad no evitó su destrucción. Por fanatismo político, la sufragista inglesa Mary Richardson cosió a puñaladas a 'La venus del espejo'. Y ahora, por fanatismo medioambiental, unos desnortados ecologistas embadurnan de sopa de tomate -¡qué culpa tiene el tomate!-, famosos cuadros.
Estas manifestaciones furibundas de los anti climáticos que toman los museos como campos de batalla, no han llegado a España. Por un previsible efecto llamada, los descerebrados están en todos los sitios, el Ministerio de Cultura pidió en un reciente comunicado que se extremen las medidas de protección en los museos. Sin embargo, las mejores medidas de protección deberían venir del propio movimiento ecologista. Primero, exigiendo que cesen las agresiones contra el patrimonio artístico. Y después, censurando la utilización del ecologismo en esta barbarie protagonizada por meros fanáticos para los que el único valor del mundo es aquello que dicen defender.
Los ecologistas deberían exigir que cesaran las agresiones contra las obras de arte
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