Educados y agradecidos
Me conmueve lo que debería ser lógico y por su escasez se convierte en insólito: toda esa gente que tras recibir la vacuna da las gracias a quien acaba de ponérsela. Esa sencilla fórmula de urbanidad que va más allá de las palabras
Alguna vez me he lamentado de la ausencia de urbanidad, como manifestación visible de la falta de educación. Durante años resultaba más útil arrinconarla, aunque ... fuera temporalmente: recuperar una normalidad democrática también incluía la firmeza a la hora de reclamar, de exigir, y, erróneamente, se dio por pensar que mantener las formas, ser respetuoso y educado, rebajaba las expectativas a la hora de conseguir o mantener derechos, debilitaba ante los poderosos. Igual hasta era cierto: hay cosas que no queda más remedio que reclamar con vehemencia y sin contemplaciones, pero es un error que eso se extienda a otros ámbitos de la vida.
Publicidad
Ser ciudadanos conscientes de nuestros derechos, implacables a la hora de fiscalizar a quienes nos gobiernan (también a quienes nos representan, que lo de las varas de medir es muy frecuente), es solo una de las caras de la moneda. Está la otra, la que nos obliga a contribuir al común, y aunque las cosas habían ido mejorando y empezábamos a tener una cierta higiene social que ya apeaba de ese pedestal de admiración a quien era tan listo que engañaba a Hacienda y tan fatuo y mala persona como para presumir de ello, los últimos tiempos vuelven a ser propicios para que se oigan voces que reclaman su derecho (¡su derecho!) a, dicen, no ser 'masacrados' con impuestos.
Sin entrar en la cuestión del régimen impositivo y de lo acuerdo o no que podamos estar en el modo en que se utiliza lo recaudado, yo venía a hablar de que la energía con que la gente exige todo aquello de lo que se siente acreedor no se utiliza para practicar las mínimas reglas de urbanidad. Y pedir las cosas por favor y dar las gracias no está reñido en absoluto con nuestra condición de ciudadanos conocedores (y cómo) de nuestros derechos.
A mí me pone muy nerviosa presenciar la chulería de esos tiparracos que cuando se dirigen a funcionarios públicos (especialmente con los de escalas inferiores, que no hay narices para chillarle a un catedrático, a un coronel, a un inspector), les advierten de que son ellos quienes les pagan el sueldo, lo que les convierte en poco menos que en sus esclavos. Son los mismos que no tienen empacho alguno en quejarse a gritos de la atención recibida, de la pésima calidad de las comidas en los hospitales, de las colas que han de soportar con lo valioso que es su tiempo, los que toman la parte por el todo y abominan de la sanidad pública porque una vez tuvieron la mala suerte de dar con un trabajador que no tenía su mejor día..
Publicidad
Por eso me conmueve lo que debería ser lo lógico y por su escasez se convierte en insólito: toda esa gente que tras recibir la vacuna da las gracias a quien acaba de ponérsela. Esa sencilla fórmula de urbanidad que va mucho más allá de las palabras, porque toda esa gente que agradece sabe que la única patria es lo público que construimos entre todos, que lo que nos salva es la ciencia y no la magia, que quienes investigan en un laboratorio, quienes nos cuidan en un hospital, quienes nos diagnostican, son los nuestros. Y a ellos, con aplausos, pero también con asignación presupuestaria, la gratitud y el orgullo.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión