En fase de pruebas

En el caso de la variante de Pajares, al escepticismo casi genético del paisanaje asturiano se une un rosario de retrasos calamitosos, de fases desordenadamente ejecutadas, de cambios de criterios técnicos o políticos, de incontables millones

Domingo, 13 de diciembre 2020, 05:26

No me refiero con este título a la ansiada vacuna que ya se inyecta a la población en varios países y que, según el ministro ... de Sanidad, está a punto de pasar del laboratorio a la jeringuilla en nuestro país. Me refiero a un anuncio, en este caso del titular de Transportes, de que, en el año inminente la interminable variante de Pajares, estará, al fin (aunque no es el fin), «en fase de pruebas». En otro contexto temporal y en cualquier otra obra, estas declaraciones serían una gran noticia en medio de la desolación de los últimos diez meses. Pero al escepticismo casi genético del paisanaje asturiano se une, en dicha infraestructura, un rosario de retrasos calamitosos, de fases desordenadamente ejecutadas, de cambios de criterios técnicos o políticos, de incontables millones de euros, que, lógicamente, nos llevan a no lanzar las campanas al vuelo.

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Tanto por el material fijo, como por la adaptación del rodante y los sofisticados sistemas tecnológicos de control de la circulación, sabemos, como ha ocurrido en otras partes -y las exigencias de seguridad europeas son cada vez más rigurosas-, que esa fase de pruebas no es subirse a un convoy y si llega a destino se corta la cinta al día siguiente. Suponiendo que los deseos del señor Ábalos no encuentren más dificultades -que alguna surgirá en una obra gafada-, igual podemos prescindir de las vueltas y revueltas de la rampa del puerto, de la misma quinta que 'La Regenta', en 2022. Y será cosa de felicitar a los lenenses porque, desde la Pola a Gijón vamos a seguir como estamos que es, prácticamente, como estábamos hace muchos años.

Entiendo que no sea razonable dilapidar las arcas del Estado para hacer una obra faraónica y en buena parte soterrada por el centro de Asturias. Pero los retrasos políticos en acondicionar las carencias y obsolescencias del tramo hasta Oviedo o en proyectar el famoso nuevo nudo de Villabona, son para echarse a llorar. Y la burocracia administrativa incrementa esta decepcionante situación.

Más veces lo he escrito, pero es lo cierto que quienes ya conocíamos sucintamente el Derecho Administrativo español antes de la entrada en las instituciones europeas, creíamos que nuestra novelesca maraña de trámites dilatorios y disuasorios se disolvería ante unas instancias ágiles y objetivas. Ha sido todo lo contrario. Quienes, por oficio, debemos relacionarnos con el Derecho europeo o con las convocatorias de proyectos desde Bruselas -y yo diría que toda la ciudadanía, porque las políticas europeas llegan a cualquier casa-, sabemos que la letanía de documentos y los rígidos controles impuestos hacen odiosos los fines más deseados. Y tiene su lógica, porque la corrupción, asentada en pilares nutricios, como las subvenciones, la contratación pública y el urbanismo, no es una lacra exclusivamente hispana, ni mucho menos. No hace mucho pude estudiar las medidas anticorrupción de la Unión y sus recomendaciones ante los «conflictos de intereses», sutil forma de denominar la sospecha fundada de tongo. Y Europa no para de actualizar sus reglamentos y directivas, conscientes el Parlamento y la Comisión de que los infractores son más astutos que los legisladores.

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El tren y el futuro del Arco Atlántico y, por ende, de Asturias, dependen lógicamente de Europa. Una comunidad que nos ha cambiado para bien, pero donde aún se visualizan desigualdades muy notables entre territorios. Cuando parece que desde el Ministerio y Adif se quiere adecentar de forma relativamente ambiciosa nuestra sufrida red de cercanías, no puedo evitar, ahora que ya puedo desplazarme al pueblo, llorar viendo pasar un tren sobre el ancho métrico con uno o dos viajeros dentro, cuando podía suponer, de ser competitivo, el transporte limpio de toda nuestra cornisa y parte del interior de la región. Con esa estampa en la retina y con muchos miles de kilómetros ferroviarios a las espaldas -agravios comparativos incluidos-, parece normal que la buena nueva de «en fase de pruebas» también la someta a test de viabilidad. O sea: si el virus nos deja, a ver qué cuentan los medios de hoy en un año. No es muy sofisticado técnicamente, pero es la prueba del algodón del que, por cierto, producimos el 21% de la Unión Europea. Eso sí: en dos regiones con AVE.

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