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La 'emopinión pública'

Hasta no hace mucho, Gobierno u oposición se cuidaban de que la agitación de la opinión pública no lesionara las instituciones. Esa barrera se ha roto y la reflexión de nuestro presidente no le ha servido para sacarle ni para sacarnos de esa deriva

El irresponsable amago de dimisión de Pedro Sánchez, resuelto como una apelación moral a la sociedad y al resto de actores políticos (salvo a sí ... mismo), representa un nuevo punto de inflexión de la degradación de la vida política. Mi reflexión en las siguientes líneas no se va a ocupar, sin embargo, tanto de este episodio como de un elemento de la vida política en que se enmarca. Me refiero a la circunstancia de que las sociedades actuales, en lo tocante a política, hemos transformado la opinión pública en una nueva realidad que se encuentra a caballo entre la opinión y la emoción, y que propongo denominarla 'emopinión pública'.

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La teoría política convencional otorgaba un gran protagonismo en las democracias a la opinión pública: a una realidad un tanto difusa que se suponía era una condensación de las ideas de los ciudadanos acerca de lo que eran buenas o malas opciones políticas, mejores o peores realizaciones políticas, mejores o peores comportamientos de los representantes políticos. Es decir, la opinión pública tendría que ver con los juicios que nos formamos los ciudadanos; es decir, algo relativo al pensamiento. Y, al servicio de ella, los medios de comunicación cumplían una importante función social.

Ciertamente, las emociones siempre han ocupado un lugar en la vida política de los pueblos: el miedo, la ilusión, la indignación, la repulsa, la simpatía o el odio siempre han estado ahí, y tanto los gobernantes como los intrigantes siempre han intentado manejarlos y servirse de ellos. Lo novedoso en las sociedades democráticas contemporáneas ha sido quizás más bien la escasa presencia de tales elementos en las doctrinas políticas: el supuesto teórico de que una democracia es un régimen político en el que participamos individuos fundamentalmente racionales.

La constatación empírica es más bien que los estados de opinión no son sólo de opinión, sino también de emoción. La vida política pivota sobre los estados de opinión-emoción de los ciudadanos. Por cierto, retengamos también el término 'estado' de esa expresión, porque es muy relevante, ya que hace referencia a dos elementos: generalidad y estabilidad. Los individuos participamos de 'estados' generalizado de opinión-emoción compartidos por millones de personas. Y son 'estados' porque poseen continuidad. La adhesión y el rechazo a siglas políticas suele ser algo que se mantiene en el tiempo.

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Un elemento relevante de los estados de opinión-emoción es que los juicios se encuentran poderosamente atravesados por las emociones; es decir, que lo que atribuimos a un razonamiento o juicio en materia política, en muchísimas ocasiones, lejos de ser un análisis racional y objetivo de los hechos o comportamientos es, en realidad, una afección emocional. Lo relevante a este respecto pienso que reside en lo poco conscientes que somos de lo subjetivos que somos en nuestras valoraciones políticas. Mi percepción es que, a estos efectos, resultan mucho más relevantes las emociones negativas que las positivas. Es decir, creo que en política los sentimientos de rechazo o, directamente, de odio son muchísimo más habituales que los positivos de simpatía o sintonía.

Todo esto, no es nuevo. Lo que pienso que sí representa una novedad, al menos si nos fijamos en un pasado reciente, reside en que quienes ostentan responsabilidades políticas –como Gobierno o como oposición– hasta ahora eran capaces de distinguir entre el adversario político y las instituciones. Es decir, se cuidaban de que la agitación de la 'emopinión' pública no lesionara las instituciones. Esa barrera se ha roto y vale todo. La otra novedad, en mi opinión, es que los actores políticos han dado clara prioridad a la conquista de la 'emopinión pública' sobre la resolución de los problemas reales de los ciudadanos.

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El epítome de todo ello es la confrontación de 'relatos'. Este término se ha adueñado de la conversación pública, como si tal cosa. El relato, tal como se emplea en el contexto político, tiene vocación de seducción, cuando no directamente de engaño. El relato ha nacido para cubrir las vergüenzas de la acción política en sociedades marcadas por los estados de 'emopinión': se trata de presentar los hechos en una secuencia y forma que consiga la aquiescencia de los ciudadanos. Los creadores de relatos –gabinetes de gobiernos o de partidos– recurren con enorme facilidad a la mentira para generar 'emopiniones', la mayoría de las veces orientadas al rechazo.

Lamentablemente, la reflexión de nuestro presidente de Gobierno, no le ha servido para sacarle ni para sacarnos de esa deriva.

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