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Futuro imperfecto

La ruptura tanto diplomática como comercial con Israel puede que no sea la mejor estrategia. Quizá esta forma tan imperfecta y frágil de articulación represente hoy en día la única manera de que no salte todo por los aires

Acomienzos de este siglo, el momento en que se encontraba la humanidad lo definía el término 'incertidumbre'. Era generalizada la sensación de que el mundo – ... la humanidad– estaba experimentando unos cambios cuya dirección no se acertaba a vislumbrar. Lo peor del momento presente es que las certidumbres que van despejando la incógnita no son nada buenas. Empezamos a estar ciertos de que la humanidad está dando pasos decisivos hacia atrás en cuestiones importantes. El rostro más terrible de este retroceso lo representa el genocidio –así lo define un informe de la ONU– que Israel está perpetrando contra el pueblo palestino. La voluntad decidida de Hamás, Hezbolá e Irán de hacer desaparecer a Israel no justifica que este país responda con la recíproca; es decir, haciendo desaparecer Palestina. Un Estado soberano, dotado de instituciones democráticas, con un alto grado de desarrollo tecnológico, importantes relaciones comerciales con el resto de países, y reconocido por la ONU, no puede actuar como un grupo terrorista refractario a toda norma ni defenderse mediante una acción de guerra que contraviene cualquier consideración humanitaria, amén del derecho internacional. Que suceda esto, y que la comunidad internacional no esté en condiciones de pararle los pies, representa un fracaso civilizatorio impensable hace pocos lustros.

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Israel no sólo está arrasando Gaza: está dinamitando un arduo y tortuoso empeño sostenido desde la Segunda Guerra Mundial para tejer un orden mundial sustentado en la diplomacia y la política. Sobre sus escombros, se apuesta ahora por un nuevo tablero internacional en el que la última palabra la tiene, llegado el caso, la bomba atómica. La intervención –llamarlo discurso sería excesivo– de Trump en la ONU representa una nueva confirmación de que quienes más capacidad bélica poseen no alimentan ninguna aspiración a organizar la convivencia internacional de forma civilizada. No es casualidad que sea también Trump una de las mayores amenazas que sufre en este momento la democracia. A Trump le molestan mucho –como a todos los líderes iliberales y populistas– las instituciones, sean internacionales o nacionales. A Trump le molestan la ONU, la OTAN, la OMS, los tratados comerciales multilaterales; y le molestan también la Reserva Federal, la CIA, el Departamento de Justicia, las universidades, los gobernadores de los Estados, los jueces, los humoristas, los medios de comunicación que le critican, etcétera.

Desgraciadamente, la única amenaza para la democracia no se encuentra sólo en la Casa Blanca. La degradación política que vivimos en España –e imagino que en muchos otros países– también lo es. Por eso es tan contundente el ascenso de Vox en las encuestas. Que la política institucional se encuentre tan embarrada, que los partidos políticos nos conviertan a los votantes en carne de cañón de su lucha por el poder, que instrumentalicen tan descaradamente las instituciones por intereses partidistas y que la política se haya convertido en un nauseabundo combate de relatos promovidos desde los gabinetes de comunicación de los partidos desprestigia la democracia y da alas a sus enemigos.

La única amenaza para la democracia no está solo en la Casa Blanca. La degradación política que vivimos en España también lo es

Cabe completar este cuadro sombrío con la referencia al progresivo crecimiento en todo el mundo de estructuras alternativas al Estado, tales como grupos paramilitares, guerrillas, redes de narcotráfico, mafias y otras muchas formas trasnacionales de crimen organizado, que representan, ahora con la inestimable ayuda de la tecnología, otra seria amenaza para el futuro, ya que el debilitamiento de los estados impide el desarrollo de los países y condiciona tanto la política nacional como la internacional. Se trata de un importante factor de desestabilización, que alimenta la percepción de que el caos y la violencia son más fuertes que la razón y el derecho.

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¿Deberíamos concluir, entonces, que el proyecto político moderno de una convivencia política nacional articulada en torno a instituciones democráticas ha fracasado? ¿Era sólo un sueño o una ingenuidad imperdonable el ideal de una comunidad internacional dotada de instrumentos para crear sinergias y para resolver pacíficamente sus diferencias? No necesariamente. Quizá el exceso de ficciones distópicas en el ámbito del entretenimiento favorezca esa conclusión catastrofista. Ver las orejas al lobo puede representar un revulsivo para reaccionar y para reforzar en los diferentes liderazgos nacionales e internacionales el empeño por reconducir los problemas a los que se enfrenta la humanidad. Ningún valor humano, ningún proyecto de civilización, se encuentra jamás asegurado; la democracia liberal y la comunidad internacional ordenada por el derecho, tampoco.

Ciertamente, las amenazas son muy fuertes y, muy probablemente el futuro no será tan perfecto como lo hemos soñado, pero eso no significa ni que su versión imperfecta no merezca la pena ni que cejemos en el empeño por hacerla realidad. A lo que quizá asistamos en los próximos años sea a una reconfiguración de esos sueños. La cuadratura del círculo, para que no se rompa la baraja, quizá pase por que participen del juego democrático sus enemigos y de la comunidad internacional quienes no respetan los derechos humanos. Desde esta perspectiva, la ruptura tanto diplomática como comercial con Israel puede que no sea la mejor estrategia. Quizá esta forma tan imperfecta y frágil de articulación represente a día de hoy la única manera de que no salte todo por los aires. Quizás hemos de conformarnos con un futuro imperfecto para que sobrevivan nuestros mejores sueños.

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