El líder de la derecha, cuyo partido obtuvo un mayor número de votos en las elecciones recientes, parece vivir en un mundo imaginario. Su voz ... tiembla y su mirada se pierde en una narcisista y melancólica búsqueda, como aquel actor de 'Amanece que no es poco' que transitaba por la historia en busca de un papel. Parece vivir en el país de nunca jamás, o de siempre jamás, o de 'jamás, jamás, he dejado de quererte'. En todo caso padece una deformación subjetiva de la realidad. Subido al balcón de las borracheras electorales y estimulado por los gritos de 'presidente', el señor Feijóo ignoró (o tal vez no quiso considerar) que en nuestro país no existe un sistema presidencialista.
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Una vez más (ya lo hizo negándose a renovar el máximo órgano de los jueces) ignora (cuando no desprecia) nuestra Carta Magna, que establece un sistema de gobierno basado en la representación parlamentaria. En nuestro país no existen elecciones a presidente del gobierno, que debe ser elegido por mayoría en el Congreso donde cada uno de los trescientos cincuenta votos vale lo mismo. Incluso pueden los diputados, si así lo determinaran, elegir a un presidente que no sea diputado. Rodeado de hombres y mujeres vestidos, como él, de blanco ibicenco salió la noche electoral al balcón a rogarle a la nación (o a la Virgen de la Almudena) que lo dejaran 'por favor' ser presidente, porque su partido había sido el más votado y porque él lo deseaba mucho y lo necesitaba sobremanera. Hubo gritos de 'presidenta', dirigidos a una señora de rojo pasión que al lado del suplicante sonreía inflada de vanidad. Rojo sobre blanco para una noche de azul gastado en la que se afilaron algunos cuchillos.
¿Nadie le recordó al señor Feijóo que él simplemente había resultado elegido diputado por Madrid, porque a eso, y no a otra cosa, le había permitido presentarse nuestra democracia parlamentaria? Si los conservadores prefieren un sistema pre sidencialista deberían propiciar un cambio constitucional.
Nuestra norma principal exige pactos, los auspicia, los consagra, los eleva a la categoría de sustanciales en la consolidación de una verdadera cultura democrática. Anda diciendo el presidente andaluz que Sánchez intenta gobernar retorciendo la norma. Lo dice él, que gobernó en su primera legislatura gracias a los pactos habiendo perdido las elecciones. Cada diputado es un representante legítimo de la soberanía popular y todos ellos (con idéntica legitimidad) deben acordar, negociar, nombrar presidente y legislar para organizar nuestra convivencia.
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La pataleta del señor Feijóo argumentando que todos los anteriores presidentes habían pertenecido a los partidos más votados y que, por lo tanto, también a él le corresponde irse a vivir a Moncloa me resulta tan infantil como desesperada, pues, en realidad, todos los anteriores presidentes lo fueron, no por haber pertenecido al partido más votado, sino por haber sido proclamados presidentes por la mayoría de los diputados, algo que también él podría conseguir si sus capacidades de pacto, diálogo y conciliación resultaran sobresalientes. Entregó su tiempo a proclamar la derogación del diabólico 'sanchismo' y ahora pretende que los 'sanchistas' le ayuden en esa tarea, es decir, que Sánchez le ayude a terminar con Sánchez. Algo así como un sainete escrito por Bertolt Brecht. El partido conservador se ocupó los últimos años de embarrar las relaciones con otras formaciones y de aquellos polvos vienen ahora estos lodos que dificultan el camino del acuerdo.
La cultura del acuerdo es una tarea sostenida en el tiempo, y necesita humildad y paciencia. Y si nos ponemos puristas y aplicamos los criterios (erróneos, por supuesto) del señor Feijóo el porcentaje de votos conseguidos por el gobierno que practicó esas políticas 'sanchistas' ha sido del 44% (31,7% PSOE y 12,3% SUMAR) frente al 33,1% obtenido por su partido. Pero nada de esto tiene sentido en una democracia parlamentaria en la que deben prevalecer las conversaciones, las negociaciones y los acuerdos. Ganar unas elecciones es una cosa y obtener la mayoría para gobernar otra distinta. Lo sabe bien el Partido Popular que ha gobernado y gobierna en muchas comunidades y consistorios sin haber ganado las elecciones. Así son nuestras reglas. El partido del señor Feijóo, y él mismo, volcaron sus energías en un negacionismo militante sembrado de etiquetas injustas y malintencionadas. Resulta difícil negociar con aquellos a quienes, hasta ayer mismo, calificaste de amigos de terroristas, defensores de violadores, bolivarianos sin alma, estalinistas, golpistas, ilegítimos ocupas del poder, incendiarios separatistas y muchos insultos y descalificaciones más. Hay un dicho judío que reza: 'Con el rabo de un cerdo no se puede hacer un bolso de seda'. En un terreno tan sucio de ruines eslóganes como el de 'que te vote Chapote' será difícil que brote de pronto el jardín de las delicias.
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