¿Tiene sentido la abstención?
Tal vez el secreto esté en no votar pensando en las personas, sino en las ideas. Las personas pueden decepcionarnos, incluso traicionarnos. Las ideas, no tanto
El ejercicio del voto es un derecho ciudadano y abstenerse en el uso de ese derecho debiera tener consecuencias. Las causas de la abstención en ... unas elecciones en las que se decide quiénes van a representarnos a la hora de tomar decisiones que afectarán a nuestra vida y de redactar leyes que determinarán nuestra convivencia, pueden ser múltiples. Es cierto que existe un abstencionismo militante que pretende enfrentarse al sistema yendo más allá del simple voto negativo. En este caso negarse a votar podría ser como proclamar un 'no' rotundo a quienes presentan sus candidaturas, una crítica activa al sistema de partidos y al modelo electoral. Pero los sociólogos coinciden en que el mayor porcentaje de abstención responde a apatías y desconfianzas, a la creencia consolidada de que 'todos son iguales' y de que 'gane quien gane nada va a cambiar'. Votar, piensan éstos, no afecta a mis intereses o al desarrollo de la convivencia y de la vida pública.
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El desinterés por la política tiene causas que debieran ser consideradas, como la opaca financiación de los partidos y sus gastos excesivos, la normalización de la falsedad en el lenguaje político, el blanqueamiento de la corrupción, el populismo perverso o el apego excesivo al poder. Algunos medios de comunicación, con sus manipulaciones constantes, sus desinformaciones y su empeño en convertir la política en un teatro grotesco, contribuyen sin duda a este desinterés.
Son muchos quienes renuncian al derecho de elegir representantes y lo hacen, además, calificando esta postura como rebelde y pensando que abstenerse es condenar, reprobar o, en todo caso, luchar por algo. No puedo estar más en desacuerdo, salvo que la intención de quien se abstenga sea la de mantenerse al margen del sistema, cuando no la de contribuir a su destrucción al pensar que el sistema es inútil y corrupto y que mejor nos iría a todos sin representantes, sin autoridades que controlen, administren o legislen. La abstención total acarrearía la ausencia de cualquier poder público y configuraría una sociedad en la que reinarían la desorganización y el caos.
Si creemos en el sistema democrático no tenemos más opción que elegir representantes que organicen la convivencia. Así que expresiones como 'hay que echarlos a todos' o 'no voy a votar a ninguno' son altamente absurdas, pues no conducen a un fin realmente deseado, sino que responden a una primacía del principio del placer sobre el principio de la realidad, es decir, a una social y política inmadurez.
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La abstención electoral es un tronco a la deriva en el mar de las aguas indolentes, un viento alborotado y sin dirección en el paisaje de las negligencias, una hojarasca que envuelve los légamos del desconocimiento. Abstenerse es 'no hacer', 'no obrar'. Es perder. Es cierto que la abstención puede suponer una corriente de pensamiento que no se integra en el juego político habitual, pero un alto índice de abstención nunca conduce a ningún cambio político ni a una modificación del comportamiento de los políticos.
¿Puede ser que estemos ante una insurrección pacífica y silenciosa contra las organizaciones políticas, que en ocasiones no parecen proponer otro horizonte que la resignación ante el imperio de las economías deshumanizadas? Sólo acomodada en este contexto, la abstención pudiera tener un sentido. Pero no es esto lo que percibo en el pensamiento de quienes anuncian su próxima abstención.
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¿Para qué votar? Es la pregunta de muchos ciudadanos. Pero sólo votando existe alguna posibilidad de que la expresión de mi voluntad contribuya a los cambios. ¿Dónde está realmente la lucidez? Sin duda entre los abstencionistas existirán ciudadanos agarrados a la madurez de su existencia y atolondrados por la desilusión; hombres y mujeres en otro tiempo sacudidos por ansias revolucionarias y, ahora, rendidos a las evidencias del fracaso político; personas, como decía Saramago, «decididas a arrasar el sistema del país y poner en su lugar el paraíso de la fraternidad». Pero existen peligros: la relajación de los músculos mentales y el desembarco en el más desbocado y reaccionario egoísmo. Y hay otro peligro: el triunfo del populismo.
Entiendo la decepción de mucha gente, pero la solución no está en renunciar a un derecho que sostiene nuestra convivencia. Tal vez el secreto esté en no votar pensando en las personas, sino en las ideas, en los principios. Las personas pueden decepcionarnos, incluso traicionarnos. Las ideas no tanto. Y ya estamos viendo estas semanas que no todas las ideas son iguales.
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