Yesca de calendario
Te estremeces al pensar que un día llegaste para marchar, que nunca hubo un proyecto especial para ti, y entonces te sientes tierra y te sientes flor y echas de menos una explicación
Arden vorazmente los días y los meses en la hoguera del tiempo como si la vida fuera yesca de calendario. Y vuelve a incomodarme la ... misma pregunta: ¿Estamos aquí por algún motivo? Creemos que los pájaros tienen alas para volar, que los toros tienen cuernos para pelear, que los buitres tienen agudeza visual para cazar, que nosotros tenemos lo que tenemos para ser todo lo que somos, pero es probable que los pájaros vuelen porque tienen alas, los toros peleen porque tienen cuernos y que nosotros seamos como somos porque estamos conformados en la forma que vino determinada por las leyes azarosas de la evolución. De esta manera no estaríamos aquí para hacer nada determinado, no tendríamos señalada ninguna misión especial.
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Hay quien asegura que no es posible que del caos o del azar surja tanta perfección, y que debe existir por tanto un creador, ingeniero o guionista que todo lo haya pensado desde la coherencia, desde el instante único y desde la infinita perfección. Pero también hay quien piensa que nunca hubo un principio ni habrá un final, como si la realidad fuera un círculo, y que el mundo que vemos no tiene que ser el mundo que existe en realidad.
Lo cierto es que un día llegas a este mundo sin haberlo buscado, y lloras aturdido, y al poco abres los ojos y miras a tu alrededor, y la memoria, sanguinolenta y vacía, se va llenando de las formas y de las relaciones que conforman ese mundo, y vas sacando conclusiones, torcidas unas, acertadas otras. Y unas veces te entusiasmas y te parece que todo tiene sentido, y otras te decepcionas porque el caos te abruma y tomas conciencia de que no tienes ningún papel, y si en alguna ocasión te convences de que estás aquí por algún motivo, entonces te elevas sobre tu propia naturaleza imperfecta y pierdes el miedo, gritas incluso, matas si hace falta o, en todo caso, justificas el crimen y la guerra, y crees por lo tanto que los héroes y los salvadores tienen sentido, y que los reyes y los santos también tienen sentido. Y todo lo vas clasificando, como si vivir fuera separar y clasificar, y a un lado queda lo que está fuera, lo que sucede con independencia del empeño de tu voluntad, pero hay otro lado interno, y aquí está lo que libremente elegimos, y de aquí parte la sensación de designio que nos puede llevar a pensar que nuestra vida responde al discurso de un destino.
Pero según pasan los años sientes que te transformas tanto como se transforma todo cuando te rodea, porque la tierra envejece, las hojas se caen y las flores se secan, y un día presientes que algo está a punto de suceder, y atisbas el final, y aquella memoria primera, vacía y sanguinolenta, está llena, pero a ti no te llena, y te estremeces al pensar que un día llegaste para marchar, que nunca hubo un proyecto especial para ti, y entonces te sientes tierra y te sientes flor y echas de menos una explicación.
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Y con un poco de suerte un día comprendes por fin que cada cosa son por lo menos dos cosas, y entonces eres un poco más sabio, porque asumes la relatividad del mundo y tu propia relatividad. Y como hay tantas verdades por descubrir recurres a filosofías, religiones o ciencias, que son como trenes que van y vienen cargados de certezas, pero sólo alcanzas a descubrir el vértigo de tu ignorancia. Unos viajeros se compadecen de sí mismos, y otros intentan representarse de múltiples maneras la realidad. Y ese tren de la perplejidad (en el que, más que en ninguna otra parte, cada cosa son dos cosas) es como la propia vida, y los viajeros lo mismo se explican el misterio de la Trinidad que el asunto de los agujeros negros, lo mismo la expulsión de Adán y Eva del paraíso que la evolución de las especies, lo mismo la resurrección de Cristo que la teoría de la relatividad, y tú dices, no puede ser, y te vas en busca del vagón de la comodidad para sentirte hoja o flor o árbol y dejarte llevar por el rodar de un mundo que no tiene principio ni tendrá final, un mundo en el que nada había previsto para ti, porque un día naciste por azar y otro día vas a morir por necesidad, y al comprender este discurso simple de tu vida hasta puede que sonrías y seas capaz de colgar sobre los azulejos de la cocina un nuevo calendario, hasta puede que te haga sonreír la esperanza de poder consumir durante un año más la yesca del nuevo calendario.
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