Fútbol y derechos humanos
Los países democráticos, incluido el nuestro, callan vergonzosamente y extienden sus manos para recoger dinero manchado con la sangre de miles de seres humanos
En el pequeño estado árabe de Qatar se encuentra una de las mayores reservas de gas natural del planeta. También hay petróleo en abundancia. Es ... un emirato muy rico gobernado por la familia Al Thani de manera dictatorial y atendiendo a la ley islámica. Están prohibidos los partidos políticos, se permiten flagelaciones y lapidaciones como sanciones penales (contraviniendo la Convención de la ONU contra la Tortura), la homosexualidad es ilegal y puede ser castigada con la muerte, se practica con los trabajadores emigrantes la servidumbre involuntaria o el esclavismo sin derechos laborales, las mujeres están sujetas a la tutoría de un varón y no son libres de tomar decisiones vitales y a las que son violadas se las condena por adulterio. La lista de barbaridades y oprobios podría ser interminable.
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Pues en este país donde brilla el lujo hasta en el aire que se respira y donde se violan cada día los derechos humanos, el mundo civilizado y supuestamente preocupado por las libertades y las justicias universales, celebra uno de los acontecimientos deportivos más importantes del planeta. Ese mundo del fútbol que en ocasiones exhibe brazaletes de simbólica protesta contra injusticias como el racismo o la guerra, ha tenido la ocurrencia de blanquear a esta próspera tiranía. ¿Por qué? Todo el mundo lo sabe. Por el poderoso dinero, por acuerdos contractuales oscuros o por comisiones indignas. A la población qatarí le importa muy poco el fútbol, como demostró en el partido inaugural al abandonar el campo al descanso. Al emir le importan el blanqueo de su tiranía y los contratos millonarios.
Los dirigentes del fútbol, maestros del despilfarro y rozados por la sombra de la corrupción, saben que las ceremonias de confrontación futbolística despiertan fanatismos y pasiones desaforadas en cada rincón del mundo. Esta nueva religión que es el fútbol traspasa incluso las fronteras de las religiones de siempre y se extiende con dioses comunes, ceremonias únicas, patrones idénticos. Los partidos de fútbol se han convertido en ceremonias religiosas, y adquieren significación devota en el lenguaje fanático de los fieles. Los estadios se conforman como templos y a ellos acuden millones de seres humanos en busca de confianza y seguridad y con la esperanza de consolidar un sentimiento de pertenencia. Las contiendas deportivas se prolongan con técnicas avanzadas hasta los rincones más recónditos del planeta.
¿Y quién dirige todo esto? Personajes oscuros o corruptos que actúan impunemente sin rendir cuentas ni a Dios ni al Diablo. ¿Cómo es posible que países democráticos, que deben procurar justicia y transparencia, permitan que sus selecciones nacionales, que actúan en su representación, y la organización de los campeonatos que las enfrentan, estén en manos de personas indignas para quienes el dinero está por encima del respeto a los derechos humanos? El fútbol español ya se adelantó a esta ignominia al organizar contiendas finales de la Copa del Rey en Arabia Saudita, donde los derechos humanos y las libertades brillan por su ausencia. Claro que existe una doble moral, como denuncia el dirigente máximo de FIFA, o tal vez un abanico de morales diversas, pero él es una diáfana manifestación de esa doble moral, y de un cinismo abrasivo al aludir a mesiánicas contribuciones del fútbol a no sé qué rayos de esperanza. ¿Se alumbrará el cerebro del déspota qatarí gracias al fútbol? También el ínclito presidente de la RFEF anda desde hace tiempo manejando estas cínicas premisas de mesianismo democrático.
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En Qatar se vulneran impunemente los derechos humanos. Desde que en 2010 la FIFA designara a Qatar (en un ejercicio evidente de mercantilismo corrupto) como sede del Mundial, más de 6.500 trabajadores han perdido la vida en la construcción de los estadios. Los esclavos de Qatar procedían de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka y Pakistán. Sin libertad de expresión, con las mujeres supeditadas a la voluntad de los hombres, con los colectivos de homosexuales perseguidos como criminales enfermos y con una legislación que esclaviza a los migrantes, este país ha conseguido que el mundo civilizado cierre los ojos y los oídos y atienda únicamente al brillo del dinero.
Las tímidas denuncias se olvidan cuando la pelota comienza a rodar. Los países democráticos, incluido el nuestro, callan vergonzosamente y acatan las normas de los emires tiranos y extienden sus manos para recoger el dinero manchado con la sangre de miles de seres humanos. El dinero es dios supremo y el fútbol una religión universal, y la humanidad se doblega en un gesto más de dramática involución. No podemos dejar de relacionarnos con sociedades que no respetan los derechos humanos, pero no hay por qué callar, no hay por qué blanquear.
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