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Gerontolescencia

Domingo, 14 de febrero 2021, 02:31

Las palabras, incluso las más inocentes tienen a veces, más allá de la intención con la que han sido pronunciadas, que también, un filo peligroso ... y cortan como cuchillos. Tal vez por eso nos inventamos los eufemismos, para reducir, aunque sea por el tiempo en que dure el espejismo de realidades diferentes, el impacto emocional, la carga de profundidad que traen consigo.

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Vaya, que todo esto viene porque el otro día, en una novela que estaba leyendo, el autor denominaba anciana a una mujer de sesenta años de la que se había molestado en asegurar en páginas anteriores que no tenía ningún tipo de decrepitud. Anciana. Sesenta años. A lo mejor un cuchillo no, pero esta palabra en según qué momento (nací a finales del año 61, vayan echando cuentas) remueve una marea que hasta proporciones de tsunami puede alcanzar. Viene a ser tan chocante (y tan doloroso) como cuando por primera vez un joven te trata de usted.

Quienes no vivimos instalados en la ansiedad constante del envejecimiento y sus estragos, a veces dudamos cuando alguien nos pregunta nuestra edad y nos resulta desconcertante. Dudamos de verdad, porque la vida se nos ha ido convirtiendo en un continuo y las fronteras de los años se han vuelto líquidas y solo cuando conseguimos pararnos a pensar en qué año nacimos o qué número había en las velas del último cumpleaños, podemos afirmar con rotundidad la edad que tenemos. La vida, para algunos, está desligada de los años, de tal manera que un amigo mío dice que hay gente que nace siendo vieja y otra que no deja de ser joven jamás. Que envejecer, más allá del deterioro, es una actitud y que solo la falta de curiosidad por las cosas, la falta de ilusión, rubrica la cifra que nos nombra como verdad inexcusable.

Puede que en unos años la RAE incluya el término 'gerontolescencia', para designar esa edad en que, alcanzada la jubilación, es imposible (y temerario) denominar ancianos a todas esas personas con buena salud, con las facultades mentales en perfecto estado, y mucho tiempo libre. Dicen las estadísticas que para la mitad de este siglo, el número de gerontolescentes (es decir, de personas entre los 60-85 años) será equivalente a la población mundial de mitad del siglo XX.

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Total, que en unos años seremos muchedumbre. Que para entonces el sistema de pensiones se haya convertido en algo de otra época y a lo mejor la vida laboral se prolongue interminablemente, o nos veamos abocados a la indigencia, o a saber qué desastres, igual no debería preocuparnos más de la cuenta. El sistema es muy listo y transformará esa buena salud, esa buena forma, esa plenitud, en un modo más de mantenernos ocupados produciendo. De momento ya nos ha adjudicado un nombre para que eso de la vejez no vaya con nosotros. Para seguir, las marcas ya empiezan a ser conscientes de que lo de los 'millenials' está bien, pero quien puede gastarse algo más de dinero son los gerontolescentes. Falta nada para que la prolongación de la edad adulta con todas sus servidumbres nos aleje cada vez más de lo del merecido descanso.

Pero eso sí, como las palabras no son inocentes, qué van a serlo, a nadie se le ocurrirá entonces llamarnos ancianos.

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