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GASPAR MEANA

El increíble lenguaje menguante

No estaría de más reflexionar acerca de lo mucho que puede ayudarnos en la vida un dominio del lenguaje y una riqueza en el vocabulario

Viernes, 26 de marzo 2021, 22:26

Reconozco que quienes habitualmente trabajamos con palabras podemos ser bastante repelentes en nuestras exigencias a la hora de utilizarlas. A lo mejor no es muy ... distinto del malestar que le puede producir a un músico escuchar mi grado de desafinación si me da por cantar en un karaoke, pero reconozco mi condición de tiquismiquis cuando me enfrento a las muchas tropelías que se comenten con el lenguaje.

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Hace unas cuantas semanas, y seguro que recuerdan el caso, en ese patio global que vienen siendo las redes, se habló mucho de un mensaje que una profesora de la Complutense, cardióloga por más señas (por tanto es fácil imaginar que su asignatura tendría que ver con algo tan delicado como el corazón), recibió de uno de sus alumnos, en el que además de dejar clara la consistencia de cemento de su rostro, se descolgaba con una lamentable utilización del lenguaje que cito textualmente: «Me podría, por favor, decirme sobre que temas saldrán las preguntas del examen? Perdón, por el atrevimiento, pero tanto usted como yo, no tenemos tiempo libre y el poco que tenemos hay que aprovecharlo, y me iría más a los temas que usted me diga, que estar mirando otros que carezcan de menos importancia». No voy a entrar ni en la cuestión ética del asunto y el morro sideral del alumno, que son cuestiones obvias. A mí lo que me preocupa es esa estrambótica sintaxis, esa alegría a la hora de repartir las comas, esa ausencia de signo de interrogación, de tilde, y ese disparatado «otros que carezcan de menos importancia».

El asunto de la relación entre pensamiento y lenguaje además de ser el tema central de numerosos estudios y teorías, es fundamental para entender quiénes somos y cómo actuamos. Más allá de las implicaciones ideológicas, que las hay, y de la visión general del mundo y las relaciones de poder, incluso de la percepción de la realidad que sin duda vienen determinadas por el lenguaje, igual debería preocuparnos el modo en que usamos las palabras para algo tan simple como para relacionarnos.

Y no estoy hablando de esa manía, que igual está muy fundamentada, no digo yo que no, de repetirnos mensajes positivos con que los coaches (de dónde habrá salido esa ingente tropa es un misterio) nos prometen el control de nuestra vida, nuestro crecimiento espiritual o nuestro éxito en la profesión. Ni del lenguaje político, que para qué. No. Hablo de algo tan sencillo y sin embargo tan imposible, como comunicarnos.

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Hace unos años un famoso entrenador de fútbol afirmaba que él solo necesitaba cien palabras para comunicarse con sus chicos. No voy a entrar en eso, que es otro jardín, pero no estaría de más reflexionar acerca de lo mucho que puede ayudarnos en la vida un dominio del lenguaje y una riqueza en el vocabulario.

Por ejemplo: no es lo mismo ir al médico y decirle que tenemos un dolor, digamos en el pecho, que indicar que tenemos un dolor agudo, punzante, agotador, sordo, pulsátil, intermitente, continuo, persistente, lacerante, intenso, leve, o incluso urente.

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A no ser que tengamos la desdicha de dar con el alumno de la jeta descomunal que haya conseguido ya su título, y no alcance a entender ni media palabra de lo que le decimos, y lo que es peor, diagnostique que lo que nos pasa «carezca de menos importancia».

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