Infantilismo
Nunca la humanidad ha tenido tantas posibilidades de acceder al conocimiento y nunca se ha conformado con tan poco, mientras naufraga, eso sí, en la búsqueda inútil de que su enflaquecida autoestima se nutra de algunos 'likes'
La duda está en saber si se trata de un síntoma o un efecto. Si lo que tenemos, esta confusa sucesión de días y de ... incertidumbres, de desaciertos y de estupores, es responsable de generarlo o hemos llegado hasta aquí a causa de ello. Sea como sea, parece ser la confirmación de que vivimos en una distopía aunque no terminemos de creerlo del todo.
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Porque no, normal no es, incluso aunque seamos generosos en la asignación de normalidades, esta infantilización en la que vivimos en que el pensamiento se ha convertido en un deporte de riesgo practicado únicamente por una minoría silenciosa y silenciada. Y aunque nos falta aún la perspectiva suficiente para ver con claridad en qué punto y por qué razón las cosas empezaron a ir como van, algunos indicios se vislumbran si miramos con atención de qué manera todo empezó a confabularse para volvernos idiotas. Y sin necesidad de recurrir a conspiranoias que restarían credibilidad, es fácil atisbar que algo tendría que ver el arrinconamiento de la razón a favor del espectáculo de lo irrelevante, la complicidad de los medios en la exaltación de la simpleza, el consumo como único objetivo, la progresiva pérdida de derechos, el desmantelamiento sistemático de lo que creímos inamovible.
Algo está pasando y no bueno, cuando la subversión de los valores es tan evidente. Cuando la ignorancia está tan bien vista que alardear de no leer ni un solo libro te hace ganar puntos en miserables programas de telerrealidad. Cuando la vida se ha convertido en un escenario de Instagram en el que la aspiración máxima de cada uno es convertirse en el envoltorio perfecto (¡viva el 'packaging'!) de la nada. Algo está pasando cuando más allá del respetable amor por los animales, se intenta humanizarlos hasta extremos rayando con el maltrato. Cuando la mentira ha dejado de ser algo feo y reprobable y a nadie parece importarle (y menos a quienes se ven descubiertos en ella). Algo pasa cuando somos incapaces de ver que esta carrera en la que nos hemos visto metidos no tiene otra meta que el abismo. Cuando enloquecidos con el patadón y p'arriba en que se ha convertido vivir, ni siquiera vemos a todos los que van quedándose en los márgenes, condenados sin remedio.
Nunca en toda su historia la humanidad ha tenido tantas posibilidades de acceder al conocimiento, y nunca se ha conformado con tan poco, mientras naufraga, eso sí, en la búsqueda inútil de que su enflaquecida autoestima se nutra de algunos 'likes' que siempre serán pocos en el empeño de no se sabe qué meta de perfección insustancial y vacía.
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Así las cosas, a quién le extraña que haya quien se entrega a la mística de la feminidad que consiste en que te soplen cien euros (con cena vegana, eso sí) por vaporizarte el útero en una ceremonia posiblemente demencial, o que, y esto sí que es novedad, las nuevas sectas ya no vendan espiritualidad y desapego (aunque siempre fue obvio que para los líderes la pasta era el principal objetivo), sino que capten a sus miembros entre chavales cuyo único deseo es hacerse ricos con inversiones, que lo que siempre fue una estafa piramidal se haya convertido en una religión, con fieles que aspiran a ese paraíso más palpable del dinero y el lujo que prometen las criptosectas.
Y entre un extremo y otro, la beatificación de la ignorancia, la infantilización sin remedio, mientras corremos hacia el desastre.
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