Insobornable amigo

Hace sólo unas semanas que despedimos a su admirable primo Alberto Polledo Arias y parecía que el sufrimiento se iba a tomar un respiro

Miércoles, 20 de enero 2021, 21:22

El lugar común de que nadie querría escribir unas líneas necrológicas de un amigo, se me vuelve tan pobre y frío, ante un desgarro como ... a tantos nos ha supuesto la pérdida de Luis Arias Argüelles-Meres, que trato de rebelarme contra la veracidad de la noticia. Pero, desde primera hora de la mañana del miércoles, los rumores, que, como en todas las desgracias, suelen ser verdades como puños, me empezaron a horadar el alma y no sé ya lo que me queda de ella, por lo que pido disculpas por lo que el dolor pueda arrebatar a la escritura digna que una personalidad como Luis siempre se merecerá.

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Amigo del alma –como me demostró valientemente tantas veces- y de mil debates literarios, políticos y futbolísticos, recuerdo, hace más de dos décadas, aquellos cafés con el inolvidable Cándido García Riesgo, donde escuché verdaderas lecciones de moralidad pública. Sus artículos, sus novelas y ensayos –alguno de los cuales tuve el privilegio de prologar o presentar-, siempre nos traerán las solventes opiniones y los rigurosos juicios de Luis Arias a la memoria. Pero nos faltará él. Sus conversaciones –tantas, en terrazas al aire libre por sus muchos años de fumador- no sé si me supondrán un vacío insoportable o, por contrario, me llenarán de muerte.

Hace sólo unas semanas que despedimos a su admirable primo Alberto Polledo Arias y parecía que el sufrimiento se iba a tomar un respiro. Pero ha sido impaciente e implacable. Dos sabios en el paraíso de los héroes civiles. Porque Luis era, ciertamente insobornable. Reconocía las razones de los distantes y censuraba los despropósitos de los cercanos. Nunca le traicionó su compromiso con el progreso, con el ideal republicano, con los servicios públicos y con una educación exigente, que igualara por arriba a toda la ciudadanía, sin demagogias ni claudicaciones populistas.

Luis, salense ejemplar y asturianista sin complejos, me consta que era feliz escribiendo en EL COMERCIO. De ahí su amplio abanico temático con el que nos estuvo deleitando hasta el postrer momento. Seguí con respeto su titánica lucha contra la enfermedad y guardaré alguna de sus confidencias de estos meses como un tesoro ético y afectivo. Porque es tanto lo que hemos hablado en estas últimas décadas que, triste consuelo, tengo un arsenal de opiniones y recuerdos para dialogar con él lo que me reste de vida, por más que parezca que hablo solo, como en los versos de Machado que tantas veces comentamos.

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