¿Quieres despedir a tu mascota? Puedes hacerlo en el nuevo canal de EL COMERCIO

Valdediós de Puelles

Hace doce siglos, Valdediós recibió la visita del rey paladín con sus hombres, la tajante desenvainada, puesta en ofrenda ante el altar, y siete prelados ( ... llegados en postas) con nombres fantásticos: Rosendo, Nausto, Sisenando, Ranulfo, Argimiro, Recaredo y Eleca, que iban a consagrar el ara y los fustes de San Salvador con óleo del Santo Sepulcro y agua de los neveros de la Campa.

Publicidad

En este valle de los robles y de los castaños, donde canta el mirlo y el ruiseñor, los esperaba la Asturias hijuela de Toledo, animándoles a todos que reinventaran a España, cosa esta que se sabe y hoy se olvida. Alfonso III, aquel mozo que la historia llamaría el Magno, hijo de Ordoño y Nuña, casado con Jimena Garcés (navarra que le dio algún disgusto), dejó aquí, en este valle de Dios, la legitima memoria de un pueblo y su aventura en letra y piedra. Rey convocador de concilios, orfebre de la Cruz de la Victoria, halcón de almena, dominador de vascones, lleno de ojeras por los disgustos e intrigas de sus hijos y familiares, de los que tuvo que huir, Córdova le pidió la paz. Extendió las fronteras de Asturias hasta Coímbra y Oporto. Hizo cuerpo con gallegos a los que lleno de caminos europeos de fe y ciencia levantando Santiago de Compostela. Estableció Corte y Tribunales en León, y fue a morir a Zamora, tierra donde al parecer le nacieron (igual que a nuestro Clarín).

Como Jerusalén, Valdediós, este rincón del alma asturiana, fue saqueado por unos y por otros. Por los franceses en el siglo XIX y luego por la desamortización de Mendizábal. Después, y durante muchos años (para nuestra vergüenza), casa hundida y destechada, lugar de barreduras, cárcel de corona para clérigos disolutos, campamento de parrandistas (como también lo fue la Alhambra de Granada).

Y, sin embargo, pesa mucho la historia y la grandeza de Valdediós para que en este lugar vuelvan a caer los capiteles y los florones y se oxide el aire de los claustros y crezcan las malas hierbas sobre el tejado del Conventín. Valdediós es una de las murallas de España, la Piedra Roseta que hay que conservar y reconvertir a los tiempos. Un lugar para que el puro silencio relaje al guerrero urbano y repare averías del alma y del corazón. Un punto de encuentro para un pueblo que no quiere perder su fuerza y su memoria.

Publicidad

Hace un tiempo vinieron los frailes de San Juan y se marcharon. Era de esperar. Estos buenos frailes franceses con faldularios grises, chambras, correas y rosariones al cinto han asustado un poco a los asturianos. Después vinieron a cantar sus antífonas al atardecer las carmelitas samaritanas, y también se marcharon.

Los tiempos –hay que reconocerlo– no son buenos ni para curas ni para frailes. Los seminarios están vacíos (salvo los de cariz integrista), las parroquias apenas tienen jóvenes, la ciencia avanza más deprisa que la teología, y los trapos sucios de la Iglesia se airean sin pudor en la plaza global del mundo.

Publicidad

Pero Valdediós es una gema, una reliquia locuaz que nos cuenta como se fue ondulando la historia de Asturias con audaces monarquías, componiéndose la lengua, las palabras y oraciones del alma antigua de nuestra tierra cuyas montañas cortan las nubes.

En Valdediós de Puelles –letra, piedra y perfume– hay de nuevo una trinidad: (dos monjas y un presbítero) ofreciendo su amor y su liturgia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad