Durante décadas nos vendieron que íbamos a poder hacer en apenas tres horas y media el tramo en tren entre Gijón y Madrid. Se suponía ... que la alta velocidad acabaría con el aislamiento que Asturias sufre desde tiempos inmemoriales para conectarse allende Pajares. Nos prometieron que en lo que te lleva ver un par de capítulos de 'Mi reno de peluche' o un concierto enlatado de Taylor Swift, nos íbamos a plantar en la capital del Reino. El trayecto iba a ser tan rápido que apenas nos daría tiempo a echar un 'pigazín'.
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Pero la realidad se acaba imponiendo. Te subes al AVE ilusionadada, pensando en que casi vas a romper la barrera del sonido, y te encuentras que hasta Pola de Lena la alta velocidad brilla por su ausencia. De hecho, hay tramos en los que hasta mi patinete eléctrico iría más rápido. Por si fuera poco, el traqueteo dentro de los vagones durante el trayecto 'no-AVE' es tan pronunciado que no te atreves ni a beber agua por si acabas duchándote involuntariamente al primer sorbo.
Y luego llegas a Madrid confiada, pensando que allí sí vas a disfrutar de las mieles de la alta velocidad y que te recibirá una estación (la de Charmartín-Clara Campomanes) a la altura de las circunstancias. Pero te encuentras con un hall con cientos de viajeros apretujados cual lata de sardinas, muchos de ellos hartos y sentados en el suelo mientras esperan la salida de su próximo tren. Y casi empiezas a echar de menos la pírrica y horrorosa estación provisional de Gijón.
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