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Librerías de viejo

En las librerías de viejo los libros gimen, susurran o gritan, te empujan, te agarran y te sacuden las ideas que creías consolidadas

Viernes, 15 de octubre 2021, 22:06

Me gustan esas librerías de viejo en las que el polvo se alborota en remolinos de brillo y los libros se multiplican en pilastras anárquicas ... y tambaleantes. Siento un delirio especial en las librerías de viejo, como si todas las aventuras y desventuras de los seres humanos que habitaron la tierra me salieran al encuentro, como si todas las preguntas se clavaran sobre mí para despertarme del sueño de la desidia, como si los misterios del mundo se abrieran de par en par para rendirme cuentas. Recuerda el sabio humanista Wiesenthal que Nietzsche descubrió la filosofía de Schopenhauer cuando andaba revolviendo volúmenes en una librería de viejo y escuchó un grito que salía de uno de ellos: ¡Llévame a tu casa!, y que precisamente en ese volumen encontraría Nietzsche el lenguaje enérgico y melancólico que distinguiría su propio pensamiento.

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En las librerías de viejo los libros gimen, susurran o gritan, te empujan, te agarran y te sacuden las ideas que creías consolidadas. Cuando los tomas y les soplas el polvo y los abres de par en par intentan seducirte con el aroma de su tinta vieja y con los reflejos de su papel bilioso. Hubo libros que me lanzaron una mirada tan desesperada que tuve que atraparlos con fuerza debajo del brazo para sacarlos de la triste tragedia del olvido. Así me ocurrió con 'Las tiendas de color canela', de Bruno Shulz, con 'El lobo estepario', de Hermann Hesse, o con 'El maestro y Margarita', de Mijaíl Bulgákov.

En las librerías de viejo nunca se entra buscando autores conocidos o títulos concretos. Son ellos los que te buscan a ti. Cuando era niño mi padre me llevó a una librería de viejo. Fue en el verano que fuimos a conocer el mar. El librero era un hombre barbudo y gigante. Las estanterías estaban abarrotadas de libros desordenados y los había por el suelo formando montañas inestables. Si llevas diez libros, te cobro solo cinco, le dijo el librero a mi padre, que, como estaba feliz porque me había llevado a conocer el mar, decidió elegir los libros atendiendo únicamente al entusiasmo de los títulos. Eligió 'Un mundo feliz', 'La muchacha de los ojos de oro', 'Grandes esperanzas' y 'El laberinto de las sirenas'. El tendero al ver los libros que mi padre dejaba sobre el pequeño mostrador le dijo, también tengo libros prohibidos. Mi padre le preguntó, prohibidos por quién. El viejo lo miró por encima de sus gafas de alambre y le aclaró, por la censura, y mi padre dijo, vale, enséñemelos. El librero desapareció unos segundos y apareció con varios ejemplares y dijo, hay muchos más. Mi padre eligió cinco libros prohibidos. Te llevas nueve en total, dijo el librero, y añadió, si llevas diez te regalo otro más. Mi padre rebuscó en los estantes y eligió 'Moby-Dick' y el librero le regaló 'Crimen y Castigo'. Cuando cumplas catorce años te dejaré leer los libros prohibidos, me dijo, y respetó su promesa.

El primero que leí de aquellos libros prohibidos fue 'La Regenta', que trataba de un cura magistral de la catedral que se enamoraba de una casada triste. El segundo fue 'La casa de Bernalda Alba', una obra de teatro que no me gustó, porque contaba una historia oscura y desconsolada donde sólo había mujeres amargadas y de luto, así que lo dejé a medio leer. Después empecé a leer '1984', pero como le preguntaba tantas cosas a mi padre él me recomendó que aplazara unos años la lectura de aquel libro complicado. El que más me gustó fue 'Piel de asno', que era un cuento de hadas que narraba la historia de un rey que se quería casar con su hija. El quinto libro prohibido no recuerdo cuál fue. Tal vez 'Sonata de otoño'. Le pregunté a mi padre el motivo de aquellas prohibiciones y me dijo, son tan torpes que no saben ni prohibir. Eso fue lo que me dijo.

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Virginia Wolf decía que los libros de segunda mano son libros salvajes, libros sin hogar; llegan en grandes bandadas y poseen el encanto que les falta a los domesticados volúmenes de la biblioteca. Las librerías de viejo son como islas extravagantes en medio del vértigo de las ciudades ruidosas, como salas de emergencia para la espera de las preguntas de siempre jamás.

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