Es natural que el presidente del Principado defienda y considere válida la inversión presupuestaria en Gijón que su Gobierno plantea para el año que viene. ... Lo anómalo hubiera sido que se sumara a las quejas generalizadas que esas previsiones han desatado, por considerarlas escasas, a 28 kilómetros de Suárez de la Riva, 11, Oviedo. Pero parece tarea imposible dar por bueno en este contraste de pareceres el que defiende Adrián Barbón: las magras inversiones que propone ejecutar en Gijón el Gobierno regional en 2022 son, irrelevantes por su importe en lo referente a obra nueva. De hecho, la mayor cuantía corresponde a anualidades de trabajos que ya están en marcha a ritmo lentísimo, y el grueso, los 12,2 millones destinados a la reforma y ampliación del Hospital de Cabueñes, para enmendar el fracaso en el inicio de la gestión de este asunto, que dejó desierta la primera licitación de las obras, resultado que probablemente acarreará un año más de retraso en la mejora de un equipamiento de vital importancia para Gijón y su comarca.
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Pero no se aflija demasiado por todo ello Adrián Barbón. En realidad, no hace más que seguir la línea trazada desde 2011, que ha llevado al Ejecutivo autónomo a ningunear con contumacia los intereses generales de Gijón. De momento, él solo ha dispuesto de un par de ejercicios para esa práctica, aceptada en el concejo gijonés con mansedumbre ovina por todo el mundo. Le faltan tres para igualar en ese sentido a su inmediato antecesor en el cargo. Y además tiene la coartada de la pandemia como succionadora de recursos económicos que podrían ser dedicados a inversiones.
Así y todo, es legítimo el rechazo a una realidad incontestable: si se pregunta qué ha hecho a favor de Gijón, o en Gijón, el Gobierno regional en los últimos diez años la respuesta es nada. Esta etapa negativa, dañina, tan prolongada, de la Administración autónoma ha coincidido en el tiempo con el mal trato dado a Gijón por el Gobierno de la nación. Desde el cese de Zapatero hasta hoy, con el Gobierno del PP, sobre todo, y también con su relevo, el olvido y el abandono han caracterizado la postura del poder político central con respecto a Gijón y sus necesidades y aspiraciones.
También es esta una realidad innegable, que tuvo su paralelismo en la inanidad de los mandatos municipales de 2011 a 2019, ocho años perdidos. En este caso cabe, asimismo, plantearse en qué ha cambiado, para bien, Gijón; qué tiene de nuevo, en qué ha avanzado. La respuesta vuelve a ser nada. Y desde 2019 tampoco hay novedad reseñable, salvo la mejora del parque de Isabel la Católica con la reconversión de la avenida de El Molinón, un acierto que el paso del tiempo consolidará.
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Por lo demás, el Ayuntamiento da la impresión de que se ha convertido en una maquinaria de distribución de gasto, con el pago a su personal -incluida la legión de directores, jefes y encargados de las fundaciones municipales-, el reparto de subvenciones a las entidades y asociaciones más diversas y el sostenimiento de lo que es de hecho un encomiable sistema de beneficencia obligado por los tiempos que corren.
No parece un panorama que invite al optimismo, que disminuye aún más si se contempla la posibilidad de que la actual oposición en ejercicio tome el relevo, dadas su capacidad y dedicación, manifiestamente mejorables.
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