No sé si se necesita un talento especial para escribir novelas históricas. Tal vez no, o tal vez sí, porque para hacer algo diferente o ... especial se necesita cierto talento, o al menos cierta habilidad, lo mismo para hacer un salto mortal que para hacer un buen guiso de cordero. Cada uno tiene sus talentos y los explicita como puede. En el caso de la novela histórica el talento consistiría en ser capaz de trasladarse a épocas pasadas para estudiar, componer e imaginar lo que ocurrió en ese tiempo.
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Decía Steinbeck que «el oficio o el arte de escribir es el más torpe intento de encontrar símbolos para lo inefable». Lo inefable es lo que no se puede explicar con palabras. Hay muchas novelas a las que se las califica de históricas, y puede que todas lo sean. La Historia, afirmaba Cicerón, es luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida.
¿Qué es una novela histórica? 'Memorias de Adriano' tal vez sea una de las mejores novelas históricas que se han escrito. Sin embargo, su autora, Marguerite Yourcenar, decía que no era una novela histórica, que solo era un monólogo, textos que exponen una doctrina, una creencia, una convicción. Tal vez la voz de Adriano sea la voz de Yourcenar. Es difícil explicar el mecanismo por el que la propia voz se multiplica y aparecen personajes con una supuesta vida propia. Supongo que, psicopatologías aparte, en eso consiste la creatividad. Umberto Eco, que también escribió algunas de las mejores novelas históricas, lo decía así: «No se trata tanto de versionar unos hechos históricos como de utilizar la ficción para acercarse a esos hechos, al tiempo y a los personajes. No es explicación, ni siquiera análisis, solo acercamiento».
Cuando se nos ocurre una idea es difícil expresarla con originalidad, dotarla de aspectos novedosos, porque ya Platón, Aristóteles y compañía lo expresaron casi todo infinitamente mejor. Pero si esa idea la expresamos por medio de una novela podemos darle un aspecto de originalidad. Que un joven escuche y aprenda de un maestro es una idea nada original, pero si novelamos esa relación puede que consigamos que tal circunstancia de aprendizaje parezca original. Esa es la magia de la literatura. Cuando una idea tiene voces concretas se transforma en organismo vivo y llega mejor y se solidifica a través de una historia.
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Lo esencial es recrear un mundo, conseguir una atmósfera, porque, en todo caso, siempre pudo ocurrir todo de manera contraria a como rezan las crónicas. La novela histórica, como el arte en general, añade algo a la realidad que antes no estaba, suma, despeja, y esa nueva realidad no es percibida de inmediato, se queda, perdura y un día tiene consecuencias. La novela no crea realidades, sino complementos verbales del mundo.
Sólo hay una literatura posible: la literatura de los sentimientos, ¿Quién duda de esta interacción? ¿Quién duda de que a veces el presente altera el pasado y de que el pasado es capaz de dirigir el presente? En literatura, pasado y presente son como un tiempo único. Tal vez la novela sea, a la vez, esperanza y búsqueda.
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Cuando uno escribe trata de crear un mundo que sea un reflejo de lo que uno es, y al mismo tiempo de sus carencias y de las carencias del mundo. El escritor, al preguntarse si está bien que uno sea como es, se está preguntando si la época que le ha tocado vivir, o si las épocas que le han precedido y derivado en la que tiene ante sí, son todo lo buenas o malas que parecen ser.
El oficio del narrador o contador de cuentos es tan viejo como el hombre. Nace con él. Cada vez que un narrador toma la palabra o empuña la pluma, el mundo comienza, la vida parte de cero y el espectador o el lector se instalan en la ignorancia para ir entendiendo y conformando el nuevo mundo que surge del relato.
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En 'Bibliotecas imaginarias', de Mario Satz, uno de los escribas de la supuesta biblioteca de Qumrán (Manuscritos del Mar Muerto) dice: «Escribimos para que el tiempo vuelva y la tibieza de la enseñanza no se enfríe jamás. Escribimos para iluminar el nexo entre las generaciones que ya se fueron y las que están por llegar».
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