La lógica de las coaliciones
ANÁLISIS ·
«Es muy frecuente prever la caducidad de una coalición. Con excepciones, suele ocurrir hacia el tercer año de mandato o legislatura, para marcar distancias»Parece que, en Oviedo, al menos de momento, no peligra la estabilidad del equipo de gobierno municipal, en medio de la tempestad nacional iniciada en ... la Región de Murcia y en su capital. El asunto es institucionalmente serio y, en el caso de la Comunidad de Madrid, seguirá alimentando polémicas jurídicas, en las que no voy a entrar porque, a la postre, la disyuntiva parece que la acabarán resolviendo los tribunales.
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No es la primera vez que escribo sobre el gobierno constituido por diferentes fuerzas políticas y esto sirve tanto a nivel estatal -donde PSOE y Podemos se reparten los ministerios-, como a escala autonómica o local. En esta última, hemos salido de un tripartito de izquierdas en nuestro concejo para pasar a un bipartito de signo contrario.
Para alcanzar el poder democráticamente ni hay fórmulas mágicas ni nada que no se conozca, con sus pros y sus contras, desde hace casi dos siglos. El defender que quien gana sin mayoría absoluta gobierna -como bien le gustaría al señor Illa en Cataluña-, tiene el inconveniente de no poder sacar nada adelante, salvo milagrosos pactos, tema por tema. A este sistema que prima las mayorías relativas se oponen los defensores de las políticas de bloques a diestra y siniestra, que es lo que ocurre en la actualidad en nuestro país. Digo que en el presente porque, como es bien sabido, la Constitución permite que las alcaldías sean de elección directa, lo que, de no alcanzar la lista de concejales la mitad más uno del total llevaría, como experiencias hay muy próximas, a una cohabitación incómoda y, no pocas veces, estéril.
Naturalmente, con el sistema actual y la fragmentación del mapa de partidos, los pactos de gobierno y las coaliciones están a la orden del día y son perfectamente legítimos, aunque tienen sus problemas y hasta su 'obsolescencia programada', en claro perjuicio, como siempre, de la ciudadanía.
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No es lo mismo que dos o más fuerzas políticas se coaliguen para concurrir a unos comicios, con unas siglas híbridas, pero identificables y un programa común conocido por los votantes que el hecho de que, a la vista de los resultados, competidores que se dijeron de todo en campaña, se unan para lograr una mayoría que permita gestionar el trozo de cosa pública que toque, según el ámbito territorial. En este segundo caso, esos pactos postelectorales mezclan muchas cosas y el programa de cada firmante, el que se ofreció a la persona que va a votar, se desfigura por completo. El «yo no voté eso», se oye con frecuencia cuando el votante del partido con más sufragios se sorprende de una medida pactada que hasta le desagrada. Es el precio a pagar por la deseada 'estabilidad', aunque, a veces las discrepancias de la coalición sean ostensibles y salgan en los medios y la única pócima para evitar la repetición electoral.
Por otro lado, lo que tiene también su lógica, la suma coyuntural no es una fusión y, por tanto, al seguir cada partícipe del acuerdo con su propio ideario y sus legítimas aspiraciones de mejorar resultados, es muy frecuente prever la caducidad de la coalición. Con excepciones, esto suele ocurrir hacia el tercer año de mandato o legislatura, para marcar distancias, como quien marca territorio, no vayan a pensar los adeptos que el discurso propio se ha diluido. Y eso genera inestabilidad, cuando no desgobierno lo que, como siempre, paga la colectividad que espera una buena gestión de los servicios. Que esa habitual distancia para concurrir a nuevos comicios se haya producido tan pronto en Murcia, Madrid y en otras regiones o ciudades, sí es verdaderamente sorprendente y da que pensar sobre la solidez de las reflexiones y conocimiento 'del otro' que cimientan esos acuerdos de gobierno.
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Para muchos, que haya un mosaico amplio en la representación política es un éxito democrático al dar visibilidad y capacidad de negociación a las minorías. Y es cierto que, con mayorías absolutas, no sólo en España, se han hecho tropelías sin cuento. Pero, al menos, el desilusionado votante tiene un claro elemento de comparación entre lo que se prometió y se ejecutó y un único responsable, no una mixtura confusa en la que, en ocasiones no se sabe de dónde ha partido esta o aquella ocurrencia ni por qué los socios han pasado por ella.
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