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Gracias, señor Ibáñez

Los sesudos jurados de los premios rimbombantes no han querido reconocer, don Francisco, que lo suyo es un verdadero arte

Miércoles, 19 de julio 2023, 01:48

Con su media sonrisa irónica y la mirada chispeante de quien acostumbra a reírse de sí mismo, fue un notario surrealista de la sociedad que ... le rodeaba y de la que nos dejó unos retratos deformados por su imaginación, pero entrañables hasta la estimación absoluta y amables hasta la simpatía incondicional. Francisco Ibáñez fue ese genio que tan sólo con un lápiz, y desde luego con su trabajo inagotable, supo hacernos la vida más agradable llevándonos a su mundo inventado. Todos, al menos en mi generación, recordamos aquellas idas al quiosco para ver si había salido el 'Pulgarcito' y gastarnos en él las escasas pesetas que teníamos para leer, sobre todo, las aventuras de aquellos dos esforzados héroes de la TIA. Después vinieron otros, hasta crear un universo de personajes delirantes, pero, fíjense, pegados a su manera a la realidad en cuanto reflejan las pasiones, ambiciones y anhelos que a todos nos tocan. Es un mundo de pícaros y tramposos en medio de situaciones extravagantes y acciones aún más estrambóticas, pero siempre con el efecto inevitable de arrancarnos una carcajada: un par de agentes secretos desastrosos trabajando con un científico majareta, dos operarios chapuceros que todo lo que tocan lo convierten en catástrofe, un jovenzuelo gamberro haciendo de las suyas en la oficina, una comunidad de vecinos a cual más estrafalario, vividores de ocasión y gentes de la calle de cualquier oficio y condición, porque el espacio salido de su lápiz es un espacio sin límites y un campo de acción sin constreñir por los muros que alzan la lógica y la verosimilitud. Un mundo infinito donde todo tiene cabida.

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En las historietas de Ibáñez el texto es importante, desde luego, pero es preciso fijarse sobre todo en el dibujo, y más aún en los que aparecen por las esquinas casi como complemento del tema central, pequeños detalles de tinte anecdótico que alcanzan la misma fuerza expresiva que los protagonistas. A veces la sátira más aguda tiene su reflejo más gracioso en estos rincones.

Los sesudos jurados de los premios rimbombantes no han querido reconocer, don Francisco, que lo suyo es un verdadero arte, mucho más que algún otro que sí han premiado, al menos porque ha hecho más felices a más personas sin perder las características de toda creación artística que merezca tal nombre. Yo le confieso que siento envidia de su don. En un mundo en el que nunca faltan los tiranos de turno empeñados en arrancar lágrimas de dolor a tanta gente, usted ha esparcido sonrisas a millones de personas. Ya lo creo que es para envidiar.

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