Cuando la menor es una princesa

Si lo que quieren es meterse con la institución monárquica, anda que no hay motivos para hacerlo sin necesidad de recurrir a burlarse de una niña, por muy princesa que esta sea

Jueves, 3 de noviembre 2022, 21:07

Este pasado mes de octubre hemos celebrado muchos y muy diferentes días conmemorativos y, entre ellos, el Día Mundial de la Salud Mental. Hemos hecho ... hincapié en la necesidad de equipararla con la física y entender que los problemas mentales deben ser respetados y, por lo tanto, tratados adecuadamente sin estigmatizarlos o infravalorarlos.

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Eso hemos hecho, sí, pero, al parecer, hemos obrado como rebaño obediente que sigue lo que en un momento concreto está de moda; lo que se entiende que se debe hacer para quedar bien. Es decir, la salud mental es un simple, qué tristeza de verdad tener que escribir esto, postureo. Un simple postureo que sirve para añadir contenido a cientos, miles de perfiles en redes sociales y plataformas con el único objetivo de sacar rédito económico y social. 'Necrolikes', que yo los llamo.

¿Por qué digo esto? Porque nos llenamos la boca hablando de cómo debemos tratar y ayudar sobre todo a los más jóvenes, que son los más vulnerables, a los adolescentes que padecen cada vez más enfermedades de tipo mental como la depresión o la ansiedad -entre muchas otras-, y en cuanto pasan los días, olvidamos lo dicho y, a la mínima oportunidad, nos volvemos los abusones de la clase. Máxime, cuando podemos serlo al calor del rebaño, que todo lo vuelve más liviano y oculta mejor tanto la culpa como la vergüenza.

Veamos. Una niña de 16 años tiene un problema bucodental que decide arreglar con un aparato y nosotros qué hacemos. Nos reímos. Sonríe y nosotros nos reímos. Esa misma niña da un discurso, se confunde y acaba aplaudiéndose a sí misma y nosotros, de nuevo, nos reímos. La niña, repito, de 16 años cuando esto ocurre, sufre una gastroenteritis que la obliga a parar de urgencia en un bar y nosotros, nuevamente, nos reímos. Nos reímos de todo. Y es que son pequeñas anécdotas que hacen gracia, nos decimos. Sí, la hacen, es innegable, pero cuando pasamos de reírnos del hecho a reírnos de ella, la cosa cambia. Y solo hace falta darse una vuelta no muy extensa por medios y redes para corroborar lo que digo.

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Si eso ocurre en cualquier instituto o colegio de nuestro país, y en lugar de Leonor de Borbón, que es a quien hago referencia en su reciente visita a Asturias, fuera Pepita Pérez, no hablaríamos de simples chistes inocentes.

Le pagamos todos y va en el cargo, se defienden algunos. No. No es verdad. No va en el cargo. Cuando sea adulta responsable quizá vaya en el cargo, pero cuando se es una niña, no. Debe ser muy gracioso ver a todas esas personas en sus casas, viendo los errores de la muchacha y riéndose de ella -jiji, jaja-, mientras a su lado sus hijos contemplan la escena. Qué buen ejemplo, ¿verdad? Luego nos escandalizamos y no entendemos por qué algunos niños y jóvenes acosan a sus compañeros y muestran comportamientos sociopáticos. Pues a lo mejor la respuesta está en el espejo.

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Y si lo que quieren es meterse con la institución monárquica, anda que no hay motivos para hacerlo sin necesidad de recurrir a burlarse de una niña, por muy princesa que esta sea. Porque ante todo es niña. No deberíamos olvidarlo. Pueden meterse con la institución y su anacronismo, con sus quehaceres, sus dineros, los miembros adultos condenados por estafa, los que son influenciadores y no dan un palo al agua, los que viven en el extranjero sin asumir sus responsabilidades, etc. Hay donde elegir. Así que, por favor, dejemos de confundir, como vulgarmente se dice, el culo con las témporas y tengamos un poco más de sentido común. Y no me sirven las excusas de que ella es rica mientras hay muchos niños pobres en el mundo que no tienen de nada porque, a ver, seamos sinceros: cuando nos miramos al espejo, cuántos de nosotros hacemos algo de verdad por cambiar esa situación. Que desde la barra del bar, el Twitter o el sofá de casa no se cambia el mundo.

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