Necesito un segundo nombre
Si me llamara Victoria Federica y fuera, de la noche a la mañana, influenciadora, compartiría importancia y páginas con guerras, crisis sanitarias no resueltas, subidas indiscriminadas de precios energéticos, huelgas, cambios de rumbo políticos...
He pensado que necesito un segundo nombre. Uno largo que me dé caché. Tipo Alejandra, Federica o similar. Uno que, al pronunciarlo todo de carrerilla ... después del mío, de mi Verónica, me haga parecer de la aristocracia. ¿Por qué? Porque vende más. Y en este vender se incluye de todo, no se crean. Desde libros hasta ropa; perfumes y joyas; productos de belleza y móviles, e incluso aire. Esto del aire puede sonar a broma, pero es real. Hay quien vende aire embotellado de aquí y de allí, y también otras cosas dentro de bonitas cajitas de metal (piensen mal); y, por supuesto, hay quien lo compra.
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Tener un nombre compuesto que suene ilustre y distinguido te abre puertas, muchísimas, y te permite ser influenciador que, de este modo, en español (válido según la Fundéu), no suena tan bonito, ¿verdad? Influenciador. Recuerda, más bien, al condensador de flujo de las películas de 'Regreso al futuro', pero a lo que iba, que te sirve para ser alguien que influye (de algún modo) en la sociedad y salir así, cada día sin faltar, en los medios de comunicación. En la portada, a buen tamaño o incluso ocupándola por completo, o en un breve. Y da igual lo que pase a tu alrededor (micro) o en el resto del mundo (macro), saldrás.
Por ejemplo, imagínense que me llamo, no sé, pongamos Victoria Federica y soy, de la noche a la mañana -al parecer esto es algo que a una parte de la sociedad le ocurre con cierta frecuencia. Es así. Plof. De repente-, influenciadora. ¿Qué pasaría? Pues que compartiría importancia y páginas con guerras, crisis sanitarias no resueltas, subidas indiscriminadas de precios energéticos, huelgas, cambios de rumbo políticos, etcétera. Increíble, ¿no les parece? Podría darse el caso, incluso, con un poco de maña y otro de mercadotecnia (así tampoco suena tan 'cool', ¿no es cierto?), de que mi nombre compuesto, mi cuerpo, mi cara, mi... lo que sea, acabe siendo más importante y ocupando más espacio que el resto de acontecimientos. Es decir, mi último maquillaje sería más importante que la subida del gas; mi visita a una pasarela de moda, más que una guerra, o mi última foto en una red social sería más transcendental que los cambios drásticos en política internacional del gobierno de mi país. Bueno, bueno... Lo que sería... Solo de pensarlo me dan escalofríos. Incluso podría ser más importante que otros miembros de mi familia de más alto rango, vivan o no entre nosotros.
A ver. Sí. Les oigo. Ya bajo a tierra de nuevo. No tengo segundo nombre y el primero, aunque se da un aire -no sería la primera vez que me lo confunden-, no es Victoria. Y sí, lo sé, tampoco tengo cientos de miles de seguidores en las redes sociales. Ya. Normal. Yo solo escribo libros y esas cosas.
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Pero no me negaran que no sonaba bien. Lo del segundo nombre, digo. Lo otro, no lo sé.
Que me olvido de lo más importante, dicen. ¿Qué? La sangre. Ya. Qué cosas. Tienen razón. Pues va a ser verdad. He preguntado en casa y en el árbol genealógico no tenemos a nadie ni de la realeza ni de la aristocracia, así que ya no voy a necesitar segundo nombre. Me quedaré con el mío que siempre me ha gustado mucho y que, saben, tiene su historia porque no era la primera opción de mis padres. En su día pensaron en llamarme Azucena.
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