La pobreza que nos espera
¿Cómo es posible que si uno trabaja diez, doce horas al día, sea pobre? Todos conocemos la respuesta salvo algunos empresarios y políticos que se empeñan en vendernos que «esto es el mercado, amigo» y que la culpa es nuestra por mil y una circunstancias
La pobreza engorda. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. No me refiero, por supuesto, a la extrema, sino a la pobreza de aquellos ... que tienen trabajo, pero no llegan. Una que causa vergüenza y se esconde, y que no traspasa los muros de las casas porque, veamos, ¿cómo es posible que si uno trabaja diez, doce horas al día, sea pobre? Todos conocemos la respuesta salvo algunos empresarios y políticos que se empeñan en vendernos que «esto es el mercado, amigo» y que la culpa es nuestra por mil y una circunstancias. Desde la falta de preparación y cualificación, hasta la falta de ganas de trabajar. Esto último se escucha con frecuencia desde hace un tiempo. Tanto que empieza a parecer un mantra para algunos. Un mantra irreal puesto que, estadísticamente, apenas representa una variable que altere el mercado. Más representativos y dañinos, culpables en realidad, son la precarización laboral salvaje a la que asistimos desde hace años y la incesante bajada de méritos y virtudes en aquellos que deben tomar las medidas y decisiones adecuadas para que esto no suceda.
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Les decía que la pobreza engorda y el mejor ejemplo de ello lo vemos en EE UU, donde la tasa de obesidad (más del 42% de la población es obesa) entre las personas con menos recursos es una epidemia. ¿Y por qué engordan? Porque es más barato comprar un menú de una cadena de comida rápida, la que prefieran, desde hamburguesas con patatas, pollo frito por kilos en botes gigantes a tacos con todo tipo de extras, que unas manzanas. Ejemplo práctico. Un kilo de manzanas normalitas (no nos pongamos exquisitos) les sale a casi 5 euros de media, concretamente a 4,38€, y uno no se alimenta solo de manzanas, ¿verdad? En cambio, encuentran menús de hamburguesas con patatas y bebida, más postre, por 1, 2 y 3€.
Y estarán pensando, bueno, es que los norteamericanos son muy suyos y no les gusta comer bien, a diferencia de nosotros, que tenemos nuestra famosa dieta mediterránea. Ya, claro. Pues podemos pensarlo, pero será un grave error no tomar conciencia de la realidad norteamericana que nos puede servir como escenario previsible, ya que, por desgracia, el aumento de precios que arrastramos desde hace meses y que siempre se justifica con algo, lo que sea (la pandemia, la luz, el gas, la huelga de transporte, la guerra...) no va a descender. De hecho, continuará.
¡Qué exagerada!, pero no lo soy en absoluto. Que los alimentos básicos suban de tal forma que uno acuda al supermercado y vuelva con la bolsa vacía no es una exageración. Es una realidad. Igual que lo es que haya familias (con trabajos) que nunca van de vacaciones -algo que puede parecer una bobada; si bien, salir al mundo hace que el individuo vea otras realidades diferentes a la suya y abra la mente-, que no mandan a sus hijos a la universidad, aunque estos quieran; que no ponen la calefacción y dan poco la luz. Familias que, al final, como ha pasado en USA, acabarán alimentándose de comida rápida para sobrevivir porque les resultará más barato.
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¿Y qué hacemos al respecto? Nada. Nos conformamos, nos reímos de los chistes sobre lo caro que está todo y listo.
Parece que no nos damos cuenta de que somos cada vez más pobres. Pobres. Pobres porque cada vez tenemos menos por más y trabajamos más por menos.
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