Se imaginan un país en el que todos los fármacos existentes estuvieran a libre disposición y en el que no hubiera médicos a los que ... poder acudir? ¿Qué pasaría en ese país imaginario? Pues que la gente se dispensaría a sí misma los medicamentos en función del boca a boca o de informaciones obtenidas de aquí y de allá. España está a la cabeza del mundo en el consumo de ansiolíticos o benzodiacepinas. Sí. No es un error: a la cabeza del mundo. Los Valium, Trankimacin u Orfidal comparten espacio en nuestros bolsos de mano con mecheros, lápices, pañuelos de papel o tarjetas de crédito. Consumimos 110 dosis diarias de benzodiazepinas por cada 1.000 habitantes (11%) Estos fármacos son utilizados, en muchos casos por iniciativa propia, para combatir ansiedades, insomnios o desarreglos mentales varios. ¿Por qué ocurre esto? La razón se me antoja más que evidente. Nuestro Sistema de Salud Público tiene seis psicólogos por cada 100.000 habitantes, cifra alejada de la media europea. Suecia tiene 58 y Dinamarca 54, y países como Eslovaquia, Lituania o Irlanda cuadruplican nuestras cifras. España está a la cola, tras Grecia y Croacia.
Publicidad
¿No es más que probable que pueda existir una relación entre 'estar a la cabeza en el consumo de ansiolíticos' y 'estar a la cola en la atención psicológica'? ¿Están los ministerios de sanidades o de consumos preocupados por esta terrible circunstancia? Ciertamente, no, o no lo suficiente. El porcentaje de los presupuestos sanitarios destinado a la atención psicológica es insignificante, si se relaciona con la población afectada. Los problemas personales y de salud mental que no se solucionan terminan agravándose o enquistándose. Y los problemas no se medican. Para tratar un cáncer o una insuficiencia renal, como para tratar una psoriasis o una osteoporosis, son precisas pruebas diagnósticas, evaluaciones de síntomas y de la historia clínica, definición de tratamientos y seguimiento de resultados. En los problemas mentales debiera ocurrir de igual forma, incluyendo en el diagnóstico inicial los determinantes familiares y sociales.
El mejor tratamiento para los trastornos mentales comunes, como la depresión, la ansiedad, o las somatizaciones varias, sería la atención psicológica en consulta. Quienes son derivados desde sus médicos de cabecera a los pocos psicólogos que existen en el sistema, no pueden ser atendidos o reciben una sesión terapéutica cada varias semanas, que es lo mismo que si a los pacientes de oncología o nefrología no se les dispensaran quimioterapias o diálisis cuando las necesitaran, sino cuando el sistema pudiera dárselas.
Como no hay psicólogos en el sistema público, como no hay posibilidad de diagnósticos certeros e inmediatos y de tratamientos serios y continuados, como no hay recursos habilitados, pues las autoridades no difunden la necesidad de los psicólogos, no existen campañas públicas al respecto. ¿Recuerdan que cuando no había mascarillas a las autoridades sanitarias no se les ocurría proponer su uso como imprescindible? Como no hay recursos para la salud mental suficientes no hay campañas de concienciación sobre la necesidad de los tratamientos psicológicos. Así que la gente toma ansiolíticos como quien toma almendras o caramelos. Las benzodiazepinas son medicamentos psicotrópicos que actúan sobre el sistema nervioso central con efectos sedantes, hipnóticos, ansiolíticos, anticonvulsivos y amnésicos. Los tratamientos continuados tienen múltiples efectos secundarios y un alto nivel de adición o dependencia. Y lo más importante: no solucionan los problemas.
Publicidad
Las sociedades modernas son máquinas de fabricar ansiedades, depresiones o desequilibrios de la personalidad. A los problemas comunes, como pueden ser la pérdida de un ser querido, los abandonos o los desengaños amorosos, los fracasos laborales o la inadaptación social, se han unido otros problemas que se propagan como pestes y se están convirtiendo en principales: la necesidad constante de componer una imagen en las redes sociales y la tendencia al exhibicionismo; la fabricación imperiosa de un buen repertorio de máscaras y el miedo a la exclusión; el individualismo y la no fijación de referencias sólidas en los otros; la curiosidad patológica por las intimidades ajenas, no con motivos solidarios, sino con ansias de escarnio; la vida vertiginosa que impide la profundización y premia la superficialidad o la elevación imparable de expectativas personales cada vez más alejadas de la realidad.
La inclusión de un número suficiente de psicólogos en el Sistema Público de Salud es urgente si no queremos convertirnos en una sociedad de sonámbulos dopados y enganchados a las benzodiacepinas, de enfermos mentales desatendidos y a la deriva.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión