Quiero ser un radical

Necesitamos de forma urgente un espacio de convivencia completamente renovado, saneado y asperjado con la savia de la esperanza y la resurrección

Sábado, 7 de agosto 2021, 01:37

jefe (es un decir) de la oposición afirma que el actual Gobierno es el más radical de nuestra historiaEsta declaración es repetida una y ... otra vez por los miembros del partido que impacientemente oposita a la gobernación. Unantra del conservadurismo, una ecolalia enfermiza alrededor de la voz del líder, un ostinato perverso en el concierto de la política de la negación. El Gobierno es muy radical, el presidente es un radical, los ministros rezuman radicalidad. ¡Ya quisiéramos algunos que eso fuera verdad!

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A mí me gustaría mucho ser un auténtico radical, un reflexivo y decidido radical. Sería para mí muy satisfactorio poseer la capacidad de atender en todo momento a la raíz de los asuntos, discernir los orígenes de los problemas, identificar lo fundamental y aportar soluciones drásticas. Porque lo radical es lo que pertenece a la raíz, a lo esencial. También ser un radical (como dice el diccionario) es «declararse partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático». Sin embargo, por causa de la peste que pervierte las palabras, el término radical se utiliza con naturalidad y frecuencia (en tertulias, informativos y parlamentos) como sinónimo de rudo hasta la iniquidad, violento hasta la crueldad o torpe e irreflexivo hasta la inconsciencia. Cierto es que el diccionario recoge, en una alejada quinta acepción, la consideración de intransigente, pero en calidad de extremoso o tajante. Radical es un adjetivo hermoso, positivo, dinámico, constructivo, que tiene que ver con el pensamiento honesto, con la reflexión profunda y sincera, un adjetivo de contundente significado histórico que alude a los fundamentos de las cosas, que pretende explicar y explica aquellas acciones dirigidas a atajar los problemas de raíz. A mí me gustaría mucho que nuestro gobierno fuera en verdad profundamente radical.

Si nuestro Gobierno fuera radical no permitiría el bloqueo vergonzoso y anticonstitucional de los conservadores a la renovación del poder judicial. Si fuera radical no consentiría que se contradijera una y otra vez la declaración de nuestro estado como aconfesional. Un gobierno radical atajaría de forma definitiva los abusos fragantes de las compañías energéticas y mordería fiscalmente las plusvalías extravagantes de los bancos. Si fuera nuestro Gobierno tan radical como asegura la oposición, no permitiría las generalizadas contabilidades paralelas de tantas empresas y de tantos profesionales liberales, eliminaría los contratos laborales precarios, acabaría con los falsos autónomos o bloquearía los pagos con dinero negro. Son numerosos los ejemplos de la falta de radicalidad de este Gobierno. ¿Cómo se puede llamar radical a un gobierno que duda y se encoge a la hora de poner sobre la mesa con meridiana radicalidad los vergonzosos e indignos comportamientos del anterior Jefe del Estado? Frente al patético, desvergonzado, generalizado y rastrero manejo que una nutrida nómina de políticos ha realizado de nuestros dineros; ante el uso descarado de recursos humanos públicos para un infame uso personal; ante la ausencia total de explicaciones por parte de los facinerosos y el silencio encubridor de los responsables beneficiados y ante la desoladora lentitud de los aparatos judiciales para poner la salma al caballo o el cascabel al gato, me declaro pública y definitivamente radical.

Ser radical, en cuanto a la corrupción se refiere, no supondría otra cosa que reflexionar sobre sus verdaderas causas, sobre los engranajes que la sostuvieron, sobre las prácticas que la propiciaron, sobre las leyes que la facilitaron, sobre los silencios que la mantuvieron. Ser radical en este asunto supondría señalar a los consentidores, a quienes vieron y callaron, a quienes con sus discursos exculpatorios, sus apologías absurdas o sus fantásticas manos en el fuego de nunca quemar convirtieron la forma de gobernar en una de las especialidades más lucrativas de cuantas existen en el universo de la criminalidad.

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Ya basta de pregonar el vino y entregar vinagre. Ya basta de paños calientes y de moderación. Este circo de nunca acabar no podrá echar el cierre y recoger la lona si seguimos riéndoles las gracias a los payasos insustanciales, si seguimos dando oportunidades (y votos) a los falsos equilibristas, a los populistas sin dignidad, si seguimos contratando a los magos desmemoriados o a los domadores de pacotilla. Necesitamos de forma urgente un espacio de convivencia y reparación completamente renovado, saneado y asperjado con la savia de la esperanza y de la resurrección. Hay que cerrar el viejo circo y despedir a todo su personal en un acto valiente y definitivo de radicalidad.

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