Soy de la generación criada con cantautores evolucionados a su manera y modo. Los hubo insistentes -gracias Labordeta-, otros envejecieron mal, otros llevan décadas yéndose, ... alguno permanece y los hay que, preocupados por su hacienda, ignoraron la Hacienda ajena. También los hubo románticos como J. M. Soto. Fue de 'María, la portuguesa' a 'Cara de gitana', para acabar por declarar su amor patrio en 'Soy español'. Su última aportación tiene más que ver con la prosa de trazo grueso que con la fina alma poética. Algunos lo ven como la transición de la vieja canción protesta a la nueva canción enfado, tras sustituir la caduca reivindicación por un presente de indicativo muy conservador, con música para tiempos bipolares y polarizados.
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Mantiene su compromiso con un verbo desbordante de mala uva y peor café, muestra dominio del lenguaje popular que oculta la vieja caspa tras la gomina, en nombre -cómo no- de la libertad que solo gente así ha defendido... Siempre. J. M. Soto, un español 'como Dios manda', está mosca con millones de vecinos por votar al demonio hasta obligarle a ordeñar su creatividad a fin de regalarnos su última copla, «cagarme -la verdad es amarga, debe echarse de la boca- en @sanchezcastejón, en su puta madre y en los millones de hijos de la gran puta que están de acuerdo con que España esté en manos de sus peores enemigos, que os jodan». Fin de la cita, escrita, como reconoce -menos mal-, en días veraniegos de tranquilidad y sosiego. Y es que el mar, la manzanilla, el sol y el Imperio español sacan de uno lo mejor. Gracias.
En fin, ironía del destino: la justicia poética exige defender la gruesa prosa, tolerar el verbo mísero de un sujeto dado al adjetivo des-calificativo. Lo sé José Manuel, dilo, ¡Es la libertad, estúpido!... Aunque parece quedarse en poquita cosa reducida a expresar las ideas del bajo vientre.
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