Donizetti tenía tres reinas operísticas inglesas: 'Ana Bolena', 'María Estuardo' e Isabel I, esta última protagonista femenina de 'Robert Devereux'. Trilogía sobre la época de ... los Tudor, iniciada con enorme éxito el pasado sábado, con 'Anna Bolena', primer título de la septuagésima sexta temporada de Ópera de Oviedo. Aplausos sí, pero algunos bostezos también. La longitud de la ópera (tres horas y media larga contando el descanso), el estatismo de las escenas belcantistas –salen uno o dos individuos a escena y sabemos que no se va a ir hasta que nos declame el recitativo, nos cante la cavatina y nos exalte con la cabaletta–, y cierta reiteración en los recursos teatrales y musicales explican esa monotonía que nos hacen bostezar. Si una ópera es música y drama, en 'Anna Bolena' la vitalidad y fuerza de la parte musical está muy por encima de la teatral. Eso lo sabía muy bien Donizetti, que trabajaba la obra al servicio de los cantantes.
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En esta nueva producción de la Ópera de Oviedo, el director de escena Emilio López y su equipo encabezado por la diseñadora Carmen Castañón juegan con el movimiento y los símbolos para intentar huir de este estatismo, sin embargo, tanta proyección de vídeo alguna vez cae en lo repetitivo y anodino. Al contrario, otras favorecen y embellecen la representación, como por ejemplo la escena de las damas que abre el segundo acto, o la escena previa a la ejecución de Ana Bolena, punto culminante de la obra, con una proyección expresionista de manos que nos recuerda al cuadro 'Las manos', de Edvard Munch.
Como escribimos más arriba, la música y el canto en 'Anna Bolena' están muy por encima de la parte teatral, y suavizan algunos desequilibrios dramáticos de la ópera. Es por eso que uno de los puntales de la representación fue Oviedo Filarmonía con Iván López- Reynoso al frente de la orquesta. Las ideas del director se reflejaron no sólo en dinámicas beethovenianas y riquezas de colores, sino también en un estilo que limaba excesos románticos –los tiempos de Iván, sin perder la fluidez del pulso, son más cuadrados– al mismo tiempo que arropaba las voces.
Las voces, desde el coro a los solistas, fueron los creadores de esta excelencia belcantista, tan aplaudida a lo largo de la representación. Sabina Puértolas nos ofreció una interpretación impecable de Anna Bolena de principio a fin. Su voz de soprano dramática posee agudos portentosos que en los finales de los actos llega al re sobreagudo, una coloratura brillante, que le hace adornar la melodía hasta extremos ilimitados, y, para mí lo más destacado, es la riqueza de matices que ahonda el lirismo y la expresión. Sabina estuvo inmensa, especialmente en el acto final, un prodigio de versatilidad y emoción.
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Exquisita la mezzo Maite Beaumont, que perfila el rol de Giovanna Seymour de una manera muy atractiva, en la que se entremezcla la ambición, con la bondad y una vaga melancolía. El dúo del acto II con Sabina Puértolas y el aria 'Per questa fiamma indómita', muy exigente en la tesitura aguda y aplaudido, fueron otros momentos estelares de la representación. El tenor americano John Osborn (Percy) fue el personaje másculino más abiertamente lírico. En la cavatina del primer acto 'Da chel di che, lei perduta' mostró su limpia emisión, homogeneidad en la tesitura y una expresión melancólica y emotiva. El bajo Nicola Ulivieri nos sorprendió gratamente como Enrique VIII por esa mezcla de contundencia, poderío, pero también agilidad y excelente empaste en las escenas concertantes. Lo interesante de las voces es que el buen hacer, la elegancia y claridad vocal fueron comunes a todos los intérpretes secundarios, Marifé Nogales, Carlos Daza –imponente como Lord Rocheford– el hermano de Ana Bolena, y Moisés Marín. Todos ellos, junto con el Coro de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo) fueron los artífices de una representación con momentos musicales de altísima calidad.
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