Solo somos números
Creo en la importancia de la estadística y creo en su necesidad para entender mejor el mundo, pero en lo que no creo es en la conversión sistémica de la persona en cifra o dígito para siempre. Es una deshumanización de la realidad
Tengo la sensación de que, poco a poco, nos hemos encaminado hacia un mundo en el que nada importa realmente y en el que, a ... su vez, nadie importa de verdad. Somos votos, vivos, muertos, enfermos, parados, activos, jóvenes, viejos, escritores, mujeres, blancos, hombres, negros... La lista es infinita, pero no somos nosotros en rigor, no, porque solo somos números.
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Un número en la lista de espera de, por ejemplo, traumatología -la especialidad en la que más demora existe para ser atendido y/u operado-, o de cualquier otro especialista. Elijan ustedes. Un número en la centralita telefónica que te atiende cuando quieres hablar con alguien (qué ironía) para mil y un asuntos. Es hasta gracioso escuchar esa voz pregrabada explicándote como eres el número 8 y que tienes 7 usuarios por delante, así como que el tiempo de espera medio es de 16 minutos. Que puedes colgar, si te apetece, y volver a llamar pasado un rato.
Un número en las listas del paro, de desempleo, durante meses e incluso años. Desempleados de larga duración o de corta o de toda una vida. También en la lista de empleados. Por cuenta propia o ajena.
Un número de ventas en libros. Un número en el banco. Un número de visualizaciones de un vídeo o de reproducciones de una canción. Un número de descargas. Un número de seguidores en redes sociales que puede marcar, además, la diferencia en tu estatus laboral. Más seguidores significa más de todo. Cada cual que interprete ese 'todo' como le parezca porque aquí sí que el 'todo' es total.
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Somos un número de enfermo y de dolencia. Un número de vivo y también somos, cuando morimos, un número de muerto. Incluso un número según el tipo de muerte. Un número de entierro, de incineración. Un número de polvo.
Como socióloga, creo en la importancia de la estadística y creo en su necesidad para entender mejor el mundo, pero en lo que no creo es en la conversión sistémica de la persona en cifra o dígito para siempre. Es una deshumanización de la realidad. Un alejamiento de la verdad. Ausencia de empatía efectiva sustituida por la frialdad de los números cuando en ellos solo vemos eso, números, y no lo que hay detrás. Cuando dejamos de ver con los ojos de quien entiende que, verbigracia, el número 127 de una lista de espera para una operación es una persona real con nombre y apellidos, sueños, ideas, preocupaciones.... Una persona.
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Somos un número de ricos que, por cierto, aumenta; y de pobres, claro, que también crece. Un número si se tiene que acudir a Cáritas o a alguna institución similar para solicitar ayuda. Un número en un comedor social o en un albergue. Un número de cotización. Un número de jubilación o de invalidez.
Un número en el porcentaje de voto para la victoria o para la derrota. Para decir que se gana o para callar que se pierde porque hoy nadie pierde. Es la coyuntura. El sistema. El mundo. La sociedad. Los otros. Nadie asume una derrota y, por lo tanto, por norma, nadie ni nada cambia por ello.
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Un número de IP cuando navegas por internet y un número de tarjeta cuando compras. Un número de compras y un número en el patrón del algoritmo. Ese algoritmo que lo sabe todo sobre ti. Es cuanto menos curioso que sea precisamente un proceso y una máquina los que, al final, sepan más de ti como persona que como número, cuando tú solo eres un uno y/o un cero en ese mar inmenso del guarimo. Es casi distópico. Así las cosas, me pregunto: ¿nos encaminamos hacia un mundo en el que nadie importa de verdad o ya estamos en él?
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