La tristeza es contagiosa
Vivimos presos de los absolutos. Hemos dejado de entender los grises, los medios, y eso, aunque no nos demos cuenta, también nos hace más tristes. Vemos el mundo en extremos y perdemos la oportunidad de caminar por senderos más amables y, a buen seguro, más beneficiosos
La tristeza es contagiosa, como una infección, y desde hace un tiempo, demasiado tiempo, cada vez estamos más tristes. ¿Se han dado cuenta? Como si ... fuera una plaga. Una epidemia. No es de extrañar, lo sé, que nos sintamos así con el mundo que tenemos y los problemas que nos rodean y oprimen, como por ejemplo las guerras -lo escribo en plural porque existen al menos otros diez conflictos en la actualidad además del ruso-, el alza incontrolado de precios, la falta de oportunidades reales o la pobreza que cada día afecta a un mayor número de personas. Y la pobreza mata. No solo lo hacen las guerras.
Publicidad
Vivimos presos de los absolutos. Hemos dejado de entender los grises, los medios, y eso, aunque no nos demos cuenta, también nos hace más tristes. Vemos el mundo en extremos y perdemos la oportunidad de caminar por senderos más amables y, a buen seguro, más beneficiosos.
Tristes con la obligación de sonreír, que mienten y muestran una vida que no es tal para que otros no adviertan que están o viven sobrepasados por los acontecimientos, propios y ajenos, pues todos afectan a un normal y buen desarrollo de la vida. ¿Estar o vivir? No tengo claro cuál sería la palabra más adecuada en este contexto. Antes hubiera afirmado con rotundidad que estamos tristes, pero ahora pienso que vivimos así. Nos hemos habituado. Vivimos en un constante estado de tristeza. Somos, en realidad, ese constante estado de tristeza.
Hace unos años, ponían en televisión el anuncio de un supermercado que nos presentaba a una mujer cuya aspiración había sido ser actriz e ir a Hollywood. El anuncio nos explicaba, con voz dulce, tierna, mientras nos enseñaba a la protagonista sentada en la silla de la cocina acariciando a su perro, que esta nunca llegó a Hollywood, pero que en sus establecimientos podía comprar este o aquel producto a muy buen precio. Aquel anuncio me causó abatimiento la primera vez que lo vi. Después, congoja. Al final, enfado. Siempre pensé que era pesimista en exceso y siempre pensé que nunca sería esa mujer. Pero hoy me doy cuenta de que todos somos esa mujer en mayor o menor grado y que Hollywood queda muy lejos.
Publicidad
Me acuerdo mucho del anuncio. Me acuerdo cuando leo, escucho y veo las noticias. Las advertencias. Los avisos de todo lo malo que está por llegar. Y me acuerdo porque soy consciente de que, en esos momentos, miles de personas en el mundo renuncian a sus sueños, a sus ilusiones, sabedoras de que ahora les toca elegir otro camino. Uno que no les llevará a Hollywood, desde luego, o a donde sea que a cada uno le apeteciera llegar. Ahora toca subsistir. Qué palabra más horrible. Aguantar. Ahora toca caminar para continuar caminando. Nada más. Y sin la certeza de que se haga camino al andar. No. Los versos aquí no tienen cabida. Hoy no. Así mueren los sueños y nacen los estados contagiosos de tristeza que nos transforman en seres planos, manipulables y permeables donde los mensajes de odio entran mejor; donde las políticas del odio entran mejor. Ya no necesitamos ni azúcar para tragarlas. No obstante, en estos tiempos que vivimos, quizá ya no debamos pensar en azúcar, ni para tragar lo malo ni para paladear lo bueno, sino en algún tipo elixir que nos haga matar esta especie de tristeza endémica.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión