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Juan Andrés Suárez, en Camp Stone, al sur de Herat.

No, no ha valido la pena

MIRIAM SUÁREZ

Jueves, 19 de agosto 2021, 03:07

Ante lo que está ocurriendo estos días en Afganistán, a quienes hemos perdido a un ser querido en esa tierra tan hostil se nos encoge ... el corazón. En casa, siempre pensamos que la muerte de mi hermano había sido en balde. Ni condecoraciones ni reconocimientos póstumos ni saludos de autoridades lograron nunca aliviar el dolor por esa certeza. Pero las imágenes que nos llegan de Kabul, y las declaraciones que a veces las acompañan, son la cruda constatación de que esa misión internacional no ha servido para gran cosa. Eso además de doler, también enfada, por decirlo suave.

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«Yo solo sé que les mandé un hijo sano y me lo devolvieron en un ataúd, y en ningún despacho derramaron una sola lágrima. Las lágrimas por Andrés las derramamos nosotras», me dice mi madre al ver esas imágenes, que la hacen llorar como si fuera ayer cuando le dieron la noticia de que un atentado talibán acabó con la vida de su hijo de 41 años. Estoy segura de que el lamento de mi madre es el de muchas familias, para las que Afganistán ha acabado convirtiéndose en sinónimo de pérdida. En nuestro caso, la pérdida de una persona excepcional, a la que echamos de menos cada día.

Andrés falleció (mi madre siempre matiza que no murió, que lo asesinaron) el 9 de noviembre de 2008. Desde entonces, hemos visto y oído de todo. Los que entonces cuestionaban la presencia militar en Afganistán, hoy se preguntan por qué se han retirado las tropas. Políticos de todo color ideológico que posan con los militares de las misiones internacionales, los alaban, destacan su labor, pero se rasgan las vestiduras a la hora de invertir en seguridad y Defensa.

Hemos visto hasta un Jemad, nombrado el año en el que murió mi hermano, reivindicar desde la política lo que quizá no defendió cuando llevaba galones. La verdad es que en este asunto no se salva ni el apuntador. Los culpables del atentado a mi hermano llevan turbante. Pero de lo ocurrido en Afganistán en estos veinte años hay mucho responsable con traje y corbata.

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El peaje lo han pagado quienes perdieron la vida y sus familias. No creo que jamás se les reconozca el sacrificio en su justa medida. Mi madre tiene la sensación de que apenas se les recuerda ni se reconoce la labor que desarrollan, como si por ser militares no lo merecieran. Pero la actualidad me brinda la oportunidad de escribir estas líneas y, con ellas, poner en valor a mi hermano y a todos los que hacen posible que un gobierno tras otro saquen pecho por la presencia de España en misiones internacionales, que unos deciden en los despachos y ellos sudan sobre el terreno.

Andrés, brigada Suárez, Andresín, no podemos echarte más de menos ni sentirnos más orgullosas de ti. La tristeza que sentimos estos días no se puede entender si no se ha pasado por nuestras circunstancias; tristeza y mucha rabia. Los finos analistas debaten ahora sobre si la presencia militar en Afganistán ha valido o no la pena. No hace falta darle tantas vueltas. No. Rotundamente no. Al menos, no para nosotras.

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