Variantes de la 'condena de la memoria'
Retirar títulos, avenidas, nombres de equipamientos o cuadros a personas que aún viven puede estar más que justificado; lo que demuestra es que el servilismo con el que se quiso honrar al caído en desgracia fue un error soberano
Hoy me gustaría, por el tema a abordar, extenderme y rebasar los 4.200 caracteres de este artículo; pero ni voy a poner en un ... compromiso a los responsables del diario ni voy a añadir más tedio a los pacientes lectores.
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En estos tiempos en los que, a la par, unos denigran las muchas cosas buenas realizadas por las personalidades de la Transición y otros -por correcto rigorismo jurídico o penosa ignorancia histórica- propician la vuelta a algún callejero de nombres que producen escalofríos, parece oportuno preguntarse por la antiquísima 'condena de la memoria' e incluso por la llamada muerte civil.
Que los humanos cumplimos un simple ciclo vital, es bien sabido desde que empezamos a poblar el planeta. El famoso 'memento mori' -recuerda que eres mortal- ya se les repetía, según Tertuliano, a los generales romanos en sus desfiles victoriosos. Pero también, en la multisecular y variada cultura latina, se produjo lo que, desde finales del siglo XVII se viene conociendo como 'damnatio memoriae' o, según reza el título de este comentario, condena de la memoria, que el Senado romano sentenciaba en relación con lo que hoy llamaríamos la 'gestión' de un emperador, gobernante o notable y que podía suponer -como la arqueología nos evidencia- la supresión o destrucción, en todo o parte, de estatuas, monedas, lápidas, inscripciones o bustos del difunto caído en desgracia e, incluso, la prohibición, nunca lograda del todo, de la utilización o pronunciación de su nombre; algo que hoy nos parece desmedido con criterios historicistas o estéticos. Pero la política siempre pudo más que el arte y ejemplos tenemos bien cercanos en tiempo y espacio. Esa 'abolición del nombre', que es la expresión más correcta, se contraponía con algo que hoy vemos como superchería, que era la 'apoteosis' o conversión en divinidad expectante del ilustre finado. Esto, ahora, nos cuesta más entenderlo que la venganza o la crispación, aun cuando se diga que hace falta morir para que hablen bien de uno, lo que tampoco es enteramente cierto.
Insisto en algo que muchos comparten y que siempre escuché a mi padre, apasionado de la historia de los callejeros: los honores en caliente acaban muchas veces mal. Retirar títulos, avenidas, nombres de equipamientos o cuadros a personas que aún viven puede estar más que justificado; lo que demuestra es que el servilismo con el que se quiso honrar al caído en desgracia fue un error soberano. Lo mismo pasa al ver revocar títulos de alcalde o rector honorífico a un dictador muerto hace cerca de medio siglo, aunque, de aquella, las concesiones eran casi imposiciones, propias del vasallaje y pelotilleo inherente a los totalitarismos.
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A cada poco -la penúltima en Valencia- asistimos al descubrimiento de corrupciones, cajas 'b', tarjetas opacas, comisiones ilegales, recalificaciones urbanísticas irregulares y tantas miserias que no caen del cielo sino de las maquinaciones de seres bípedos. Y sólo cabe esperar que la Justicia no mire para otro lado alegando el desafortunado ojo tapado y aceptar que el mal, la avaricia y otras tentaciones forman parte de la condición humana.
Creo que, a la inmensa mayoría a la que nos repelen estas conductas y que no somos senadores romanos ni magistrados, puede sernos recomendable otra variedad de olvido que es una suerte de 'muerte civil', también aplicable a quienes se han comportado miserablemente en el ámbito privado, que, aunque no pueda suponer la pérdida de la personalidad jurídica y los derechos cívicos de la persona indigna, implique que, para nosotros, ese ser se ha difuminado por más que no se haya muerto y hasta pueda seguir haciendo fechorías. Sin más odios ni crispaciones ni descalificaciones globales e injustas. Ya sé que la 'muerte civil' se aplicó en países cercanos, hasta mediados del siglo XIX, como pena accesoria a grandes condenas, con pérdida de derechos patrimoniales y hasta eliminación del Registro Civil. Evidentemente, no me refiero a eso. Simplemente que, si por la televisión o por la calle, divisamos a algunos especímenes hirientes, no prestemos siquiera la atención que sí pueden merecer las estatuas mutiladas o decapitadas de algunas calzadas romanas.
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