Dios. Guerra. Muerte
Un problema (si se le puede llamar así) entre dos pueblos, el palestino y el israelí, para el que no veo un desenlace definitivo ni venturoso. Porque se hace la guerra por motivos que no tienen solución en este mundo. Se hace la guerra en los Cielos y no en la Tierra
Tres palabras. Sólo tres palabras. Podrían ser sólo recuerdos. Tal vez ecos de tiempos pasados en los que no sabíamos solucionar nuestros problemas de otro ... modo, mas no lo son. Resultan voces de nuestro presente. Del ayer, sí, pero también del hoy y, me temo, del mañana. Un mañana que no vaticina ni reflexión ni entendimiento. No promete razón.
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Dios. Guerra. Muerte.
Matar por y para un dios. Por una tierra. Por un problema (si es que se le puede aún llamar así) entre dos pueblos, el palestino y el israelí, que está tan enquistado, envenenado en realidad, que ni los especialistas más instruidos y conocedores de lo que allí ocurrió y ocurre saben cómo podría solucionarse. Yo siempre he creído, desde que estudié el conflicto con calma, hace ya muchos años, demasiados años, que no tiene un desenlace definitivo ni venturoso. No lo veo. No soy capaz de encontrarlo. Y no lo veo porque se hace la guerra por motivos que no tienen solución en este mundo ni en nuestro común pensamiento. Porque se hace la guerra en los Cielos y no en la Tierra. Porque se puede hablar mucho de dios y su misericordia, y practicar lo contrario. Porque se persigue lo que varios hombres bíblicos, hace ya milenios, dijeron sobre una tierra. Porque se persiste en lo que otro, Theodor Herzl, padre del Estado de Israel, promovió hace menos, la inmigración judía al llamado actual territorio de Israel, entonces bajo dominio del Imperio Otomano.
Dios. Guerra. Muerte.
No suelo hablar de este conflicto. Ni cuando duerme ni cuando despierta. Y no lo hago porque en la mayoría de los casos acabo, sin querer, en debate con la ignorancia o con la militancia ciega -no sé cuál es peor-, pero ninguna vez o muy pocas con el saber y la reflexión. Nunca con el conocimiento. Sólo hay enfado. Da igual la postura. Rabia. Ira. La ira de Dios. Y olvido. También aquí cabe el olvido, aunque esto no es nuevo. Llevan matándose años, pero lo olvidamos cuando deciden parar. Como ahora olvidamos otras guerras y otros muertos. Como hacemos con todo. Olvidamos. Y puede ser por salud, no lo niego. ¿Quién quiere estar todo el día preocupado por cuestiones -por criminales que estas sean- que suceden a miles de kilómetros? Es la guerra de otros. El dios de otros. La muerte de otros. Olvidamos.
Dios. Guerra. Muerte.
Ahora afloran, como las margaritas en primavera, cientos de personas, miles tal vez, que se autoproclaman expertos en lo que ocurre. Estrategas de taberna y redes sociales en realidad, que harán más mal que bien con sus vagabundas opiniones y sus vacíos dictámenes. Expertos en nada que todo lo saben y que cuando esta guerra amaine, que lo hará, como ha sucedido muchas otras veces a lo largo de la historia, olvidarán estos muertos para convertirse en expertos de cualquier otra cosa.
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Dios. Guerra. Muerte.
Y un mundo egoísta que no aprende. No sabe ni quiere saber. Un mundo que no avanza. Solo huye. Un mundo que cada vez crea personas más infelices. Algunas porque sienten demasiado y otras porque han decidido dejar de sentir. De pensar también, y esto sí que es peligroso. Un mundo donde, como si viviéramos siglos atrás, se hace la guerra en nombre de dios y se muere o se mata por él. Por la tierra, la bandera y las fronteras.
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