Aquí paz y después gloria
Me aburre nuestra política. Por la incapacidad de llevar a cabo en ella un diálogo real. Ineptitud que se ha trasladado y establecido con placidez en una sociedad cada vez más polarizada, que parece vivir en una batalla continua
Había pensado escribir este y otros artículos en verso o hacerlo, tal vez, mediante refranes. Resumir el pensamiento y el sentir de cada día a ... través de proverbios y fórmulas comunes o de frases de otros, sí, de famosos e ilustres a ser posible, que siempre queda mejor. ¿Se imaginan un escrito hecho solo a través de célebres citas de Churchill? Ay, si el inglés levantara la cabeza y viera lo que con sus decires (reales o no) se hace. Llenar el texto con cualquiera de estas maneras para explicarles que cada vez me cuesta más tratar determinados temas. Temas que, es cierto, no les miento, de un tiempo a esta parte me aburren muchísimo. La política, por ejemplo. Nuestra política. Y sí, por supuesto que sé de su importancia y necesidad, pero me hastía igual. Me harta lo suficiente como para plantearme decírselo en verso.
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Creo que me cansa por la incapacidad de llevar a cabo en ella un diálogo real. Ineptitud que se ha trasladado y establecido con placidez en una sociedad cada vez más polarizada que parece vivir en una batalla continua. En una contienda sin cuartel que lo ocupa todo. Absolutamente todo. Desde la mesa familiar hasta la del trabajo; desde la barra del bar a las distintas barras de las redes sociales, donde todo vale por salir victorioso de a saber qué guerra. ¿Cuántas batallas absurdas se luchan cada sol por opiniones en su mayoría sin fundamento alguno y argumentos políticos faltos de la más mínima reflexión? Hay mucho ruido. Mucho yo. Mucho sordo y ciego. Mudos, ninguno.
Escucho con atención las intervenciones de los distintos líderes políticos de nuestro país, también de otros estados, y cada vez mi creencia de que no tienen los pies en la misma tierra que los comunes se afianza. Están en otro cosmos y a otras cosas. Y gritan. Gritan mucho. Demasiado. A los suyos y al contrario. Y no escuchan. Tampoco ven. Algunos ni saben, y lo peor es que no quieren saber. Y aplauden. Se aplauden. ¿Cómo escribir con apetencia sobre tantos individuos aquejados del popular síndrome del emperador? No tienta tal tema porque además es decir lo mismo una y otra vez. Redundar.
También me aburre, cada vez más, la gente que está siempre enfadada. Son una cruz. Lo son. Una enorme cruz pesada y hecha no de madera u otro material similar, sino de soberbia. Los muy enfadados, enfadadísimos, suelen ser, así lo creo, muy soberbios. A menudo, solo saben hablar de todo aquello que está mal que, según afirman, es prácticamente todo salvo ellos mismos y sus pensamientos. Aburren. Irritan y malhumoran. Hasta los muertos volverían a morirse si tuvieran que tratar con estas personas. Qué hartazgo provocan. Qué empacho de no querer saber nada más del mundo. Ellos creen que siempre tienen razón porque a su alrededor muy pocos les discuten, pero no la tienen. Simplemente cansan tanto que, al final, los demás callamos. Por no oírles; por el famoso 'aquí paz y después gloria»; porque son muy pesados. Y callamos'.
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Callar a lo mejor es una mala decisión, pero intentar dialogar y llegar a acuerdos o al menos a cierto entendimiento con obstinados y fieles seguidores de sí mismos, fanáticos del yo, entiendo que es aún peor. Igual que lo es dedicar demasiado tiempo al ruido. Igual que volverse ciego y sordo respecto a los demás, sean contrarios o no. Igual que solo saber gritar. Igual que estar siempre enfadado por todo y con todos.
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