Todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro
No sé cómo expresar la absoluta repulsión que siento ante todas esas personas que volverían a meter a Wilde en la cárcel. Que quemarían sus libros
Alguna vez me han preguntado qué libro me gustaría ser. Una pregunta que puede sonar extraña, pero no para un escritor. Mi respuesta siempre ha ... sido y es 'El retrato de Dorian Gray', de Oscar Wilde. Adoro ese libro y adoro a Wilde, y en estos últimos días me he acordado mucho del irlandés. Uno de los mejores escritores victorianos tardíos, cuya magnífica obra ha transcendido el tiempo y ha sabido salir airosa del fuerte abrazo del olvido. Y me acuerdo de Wilde porque era homosexual y por tal hecho fue denunciado y encarcelado en 1895, justo cuando se encontraba en lo más alto de su carrera. Fue declarado culpable de indecencia grave y encarcelado. Pasó dos años en prisión. Luego llegó, en aquella época tan dada a la doble moral -tiempo de mostrar el pudor público con gran fervor mientras se practicaban la deshonestidad privada-, el ostracismo. Se marchó entonces a Francia, donde vivió con el nombre de Sebastián Melmoth y donde, poco a poco, se apagó su pluma. Murió en París con 46 años. Solo.
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Y me acuerdo de Wilde porque tras su condena por sodomía y conducta indecente, se dio un aumento de la intolerancia tanto en Gran Bretaña como en el resto de Europa, lo que motivó que distintos artistas homosexuales sufrieran amenazas y tuvieran o bien que esconder su condición o bien huir. ¿Se dan cuenta de que les estoy hablando de algo ocurrido en 1895? Hace 128 años. Entonces, el amor y el sexo, cuando se salía de la norma establecida (aunque se saliera mucho, ya les he hablado de la doble moral de la época), era castigado. Considerado una abominación.
Wilde escribió sobre el sexo y el placer; también sobre la belleza, el amor y la culpa. Sobre la inmortalidad. Escribió sobre las dobleces del complejo pensamiento humano y sobre sus sentires, todos sus sentires, porque el amor, como la razón, es un mecanismo complicado que no se puede encarcelar o no se debería, al menos. ¿Cómo decirle al amor a quién hay que amar? ¿Cómo decirle al deseo que permanezca callado? Escribió sobre todo ello, vivió en consecuencia y fue castigado por ello. Y hoy, 128 años después…
128 años después del juicio de Wilde por inmoral (es decir, por homosexual), no sé cómo expresar la absoluta repulsión que siento ante todas esas personas que volverían a meter a Wilde en la cárcel. Que quemarían sus libros. Por aquellos que prohíben películas infantiles donde dos mujeres se besan o adaptaciones de clásicos de Lope de Vega porque hay escenas que les hacen sonrojar. ¿No creen que el problema lo tienen ellos? A mí no me sonrojan. Tampoco leer 'Orlando', de Virginia Woolf, obra considerada también 'non grata' para estos arcaicos cerebros simples. El día que lean 'La celestina' les va a dar un ataque de nervios. O cuando entiendan algunos cuadros como 'El rapto de Ganímedes'. Ese día les explota la cabeza.
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Les he hablado de Wilde, pero como él hubo muchos otros. También mujeres. Les he hablado de intolerancia, fanatismo, ceguera, intransigencia y odio. Sí, odio, porque lo que se siembra con este tipo de posturas, sobre todo entre la población más joven que aún está formándose una idea del mundo, es odio. Y 128 años después del juicio a Wilde, creo que estas personas extremistas y 'voxianas' no saben lo que de verdad es el amor, el cariño o el deseo; la libertad y la igualdad. No son capaces de sentirlo y eso sí que es una tara. No amar y amarse.
Terminaré, si me lo permiten, como he empezado, con Wilde. En este caso con sus palabras, recordando por un lado que «los libros que el mundo califica de inmorales son los que enfrentan al mundo con sus propias vergüenzas» y, por otro, que para los que en todo ven un pecado, «todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro».
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