Un teatro para la zarzuela
En 1994 se da un punto de inflexión en la zarzuela con el Festival de Teatro Lírico para dignificar a un género bastante mal tratado
sí como la historia de la ópera en Oviedo se puede visualizar como una línea regular y continua, la imagen de la zarzuela se parecería más a unos dientes de sierra. La zarzuela tuvo momentos relevantes, seguidos de etapas más planas para llegar, a partir de 1994, a un presente prometedor. Actualmente, el Campoamor es, después del madrileño teatro de la Zarzuela, el más importante dedicado al teatro lírico español, con una temporada anual estable, en colaboración con el citado teatro de la Zarzuela y con numerosas producciones propias.
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Una de las primeras zarzuelas que subieron a las tablas del coliseo ovetense fue 'La verbena de la Paloma', de Tomás Bretón, representada en el Campoamor en 1894, por la compañía de Cosme Bauza, unos meses después de su estreno en el Teatro Apolo, de Madrid. Bretón había estado un año antes como director de orquesta, al frente de la Sociedad de Conciertos de Madrid con un éxito apoteósico. Hasta 1934, por el Campoamor pasan las compañías de zarzuela más importantes de España, como la de Galbán y Reparaz, la compañía del Teatro Novedades, dirigida por Eduardo Marcén y la compañía de Cosme Bauza. Entre las obras que más éxito han tenido, se puede citar 'Los diamantes de la Corona', y 'Jugar con fuego' de Barbieri, representada en 1901 y en la que debutó el bajo gijonés Paco Meana. 'Las golondrinas', de Usandizaga, se estrenó en el Campoamor en 1916 como homenaje al compositor donostiarra fallecido un año antes. En 1927, actúa en el Campoamor el barítono Marcos Redondo con la compañía de Luis Calvo. El cantante cordobés interpretó 'La del Soto del Parral', de Soutullo, quien dirigió la orquesta. Es a finales de la década de los veinte cuando se intenta crear una zarzuela regionalista asturiana, con obras como 'La pícara molinera', de Luna la Promesa, de Torner, estrenada en el Campoamor en 1928 o, ya en tiempos de la II República, 'Xuanón', de Moreno Torroba, estrenada en Gijón en 1933 y representada en Oviedo en 1934, bajo la dirección del compositor. La última zarzuela representada en esta primera época del Campoamor fue 'Luisa Fernanda', el 2 de octubre de 1934, días antes del estallido de la Revolución de Octubre.
A partir de la posguerra, el género de la zarzuela entra en un progresivo proceso de estancamiento y declive, apenas sostenida por compañías como la de Luis Sagi-Vela, con la que colaboró Redondo. En una actividad lírica muy dispersa, es de reseñar el estreno en el Campoamor, en 1953, de 'El gaitero de Gijón', de Jesús Romo, uno de los últimos intentos de zarzuela regional. Posteriormente, la zarzuela languidece en el Campoamor salvo algunas representaciones dentro de Los Festivales de España, en 1958 y 1965 con la Compañía Amadeo Vives, dirigida por José Tamayo. En 1971, regresó de nuevo al Campoamor Tamayo al frente de la Compañía Lírica Nacional con la 'Antología de la Zarzuela', uno de los intentos más serios de dignificar el género, con cantantes como Plácido Domingo –el tenor madrileño reinauguró el Campoamor como este espectáculo en 1986– o Alfredo Kraus, en 1990. Además de las diferentes ediciones de la 'Antología de la Zarzuela', hay que destacar a la Compañía Lírica Española dirigida por Antonio Amengual. Con medios escasos, casi paupérrimos, representó en el último cuarto del siglo XX las obras más conocidas de la zarzuela.
En 1994 se da un punto de inflexión en la historia de la zarzuela con el Festival de Teatro Lírico Español, alentada con generosidad por el Ayuntamiento de Oviedo. En las intenciones del festival estaban, por una parte, dignificar, 'quitar la caspa' se decía, a un género bastante maltratado por otra, proyectar y difundir la zarzuela en todas sus vertientes, y, finalmente, consolidar la ciudad de Oviedo como uno de las capitales musicales de España. La representación de 'La del Manojo de Rosas', de Sorozábal, bajo la dirección escénica de Emilio Sagi, estrenada en la primera temporada del Festival de Teatro Lírico, constituye un símbolo de este nuevo periodo de la zarzuela en el Campoamor. La colaboración con otros teatros, especialmente el de la Zarzuela, las producciones propias del teatro, y la apertura de la zarzuela hacia el mundo de la ópera –'La vida breve', 'María Moliner'– el teatro musical, la revista y la creación asturiana, son constantes en las veintinueve temporadas. La 'Antología Asturiana de la Zarzuela', espectáculo ideado por Emilio Sagi, Ramón Sobrino y Emilio Casares y representado en el 2005 o la revista 'Maharajá', de Guillermo Martínez (2017) son ejemplos de ese guiño del Campoamor a la música lírica hecha en Asturias o de inspiración asturiana.
Los desafíos del nuevo siglo
El Campoamor cumple 130 años y llega al siglo XXI convertido en uno de los grandes teatros líricos de España. Atesora una historia de supervivencia, de gloria y de amor a la cultura, de forma especial a la música. Y, como la ciudad que lo acoge, ha tenido momentos luminosos y sombríos. Es el momento de abordar dos grandes retos: su definitiva modernización, que incluye la renovación de la caja escénica, la creación de una figura directiva y una página web; y la captación de nuevos públicos, sobre todo jóvenes.
Ha sido siempre un teatro plural, que ha acogido todo tipo de manifestaciones escénicas, pero tiene una clara vocación lírica y, al igual que otros grandes teatros, cuenta con una programación anual que abarca toda la temporada. Los festivales de ópera y zarzuela son los ejes de una actividad en la que también se incluyen la danza, el teatro, las proyecciones cinematográficas o conciertos de otros géneros. Cuenta, además, con una orquesta, Oviedo Filarmonía, creada por el Ayuntamiento en 1999, que bien podría definirse como la formación residente del teatro y que, en la actualidad, está dirigida por el maestro Lucas Macías y tiene como principal director invitado a Iván López-Reynoso.
Desde hace años, directores de orquesta y de escena, intérpretes y personal técnico reclaman una modernización de la caja escénica que, además, permita acoger grandes montajes. Cada temporada se presenta como más urgente. Aunque es de propiedad municipal, la reforma de un teatro que, aparte, acoge cada año la entrega de los Premios Princesa de Asturias –escaparate de Asturias ante el mundo–, debería ser una tarea conjunta de las tres administraciones públicas: Ayuntamiento de Oviedo, Principado y Gobierno de España. Por otra parte, en una excepción casi insólita, el teatro ovetense es el único de su importancia que carece de dirección y de página web.
La captación de nuevos públicos, sobre todo en el ámbito de la música, es otro de los desafíos. En este caso, la educación en general y la musical en particular juegan un destacado papel y, en ambas, tienen gran protagonismo, una vez más, las instituciones públicas. Si se observan los planes de estudio de los últimos años y la implicación de los políticos en el ámbito cultural y en el específico de la música, puede decirse que son poco entusiastas, salvo excepciones. La música, el arte, la filosofía, la historia, las humanidades en general, no gozan de su atención.
El amor de Oviedo por la música es incuestionable, como lo es el papel que han jugado la Sociedad Filarmónica y las temporadas de ópera en crear afición y tradición. La llegada de la democracia trajo una renovación histórica en las infraestructuras musicales, aunque no tanto en las educativas. En las décadas de los ochenta y noventa, la ciudad y Asturias experimentaron un salto cualitativo con el Festival de Música y Danza de la Universidad, la construcción del Conservatorio Superior de Música (1988), la llegada de los Virtuosos de Moscú (1990) y la incorporación de muchos de ellos a la educación musical; el nacimiento de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (1991), la modernización de las temporadas de ópera, la construcción del Auditorio (1999), la ya citada creación de Oviedo Filarmonía y la consolidación de una programación musical iniciada en el Campoamor y asentada definitivamente en su nueva sede: los Conciertos del Auditorio y las Jornadas de Piano.
El salto fue enorme. El público respondió. Los conciertos y la ópera dejaron de ser cotos cerrados. Y la enseñanza musical, pese a una estructura todavía deficiente, comenzó a despuntar con la creación de escuelas de música y conservatorios en toda Asturias. El Superior de Oviedo llegó a ser un centro de referencia en determinados instrumentos y venían alumnos de toda España y del extranjero. Los espectáculos clásicos y líricos se popularizaron. Muchos jóvenes de entonces se embarcaron en la música y ya nunca la abandonaron.
Décadas después, los conservatorios languidecen, el Superior ha dejado de interesar a los alumnos de fuera y, lo más triste, buena parte de los profesores y estudiantes muestran escaso interés por la brillante y exclusiva programación musical y lírica de los escenarios ovetenses. Los responsables educativos han sido incapaces de ver y de encarar las características de una enseñanza artística que tiene una estructura técnica completamente diferente a la general. Y, en el caso de Asturias, los docentes no pueden dar conciertos fuera del centro educativo, algo incomprensible. Problemas de índole administrativo, suelen decir.
En un escenario educativo y social poco dado al esfuerzo inicial que requiere el contacto con la música clásica y la lírica, los programas didácticos educativos se vuelven casi una exigencia. Oviedo Filarmonía lleva años implicada en esta tarea, con proyectos dirigidos a alumnos de Primaria y Secundaria. Sin educación, sin alguien que enseñe a mirar, no puede verse casi nada.
Siempre recordaré una anécdota que se produjo tras el fallecimiento, en 2007, del musicólogo Luis G. Iberni, personalidad fundamental en la revolución musical del Oviedo de finales del siglo XX y principios del XXI. Al día siguiente de su temprana e inesperada muerte, un alumno dejó en la puerta de su despacho una nota que decía: «Nos enseñaste lo más importante: a amar la música».
La música es una línea estratégica de la política cultural ovetense y el Campoamor es el teatro que nos une cuando las luces se apagan. Allí somos más vitales y soñadores, menos bárbaros. La cultura sensibiliza, libera y hace pensar.
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