«Vivo en una casa okupa porque no me queda otra, pero mis hijos merecen una vivienda digna»
Mari Carmen García reside junto a sus pequeños, de 2 y 6 años, desde hace un año en la vivienda de La Tenderina donde murió un hombre el día 4
ALBERTO ARCE
OVIEDO.
Miércoles, 17 de febrero 2021, 00:45
Hace apenas dos semanas, J. R. P., un hombre de 63 años, falleció tras caer desde un muro de tres metros de alto cuando trataba de acceder a la vivienda okupada donde residía, ubicada en el número 168 de La Tenderina. Se encontraba en estado de embriaguez y tropezó mientras trataba de cruzar la estrecha pasarela de cemento sin vallas que une la parte trasera de la vivienda con el interior. Los sanitarios no pudieron hacer nada para salvar su vida. Sufrió un traumatismo craneoencefálico severo y murió en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) a las pocas horas. El suceso provocó un gran revuelo entre los vecinos y volvió a sacar a la luz una de las realidades más delicadas -y ya recurrentes- del barrio. Esa casa, y otras muchas de la zona, están fuera de ordenación desde hace casi tres lustros y para derribar, lo que ha propiciado, más desde el inicio de la pandemia, la okupación de los inmuebles por parte de personas sin recursos. Allí, en el 168, la antigua sede de una carnicería especializada en potro y cordero, viven desde hace un año una decena de personas, entre ellas dos pequeños de 2 y 6 años, un niño y una niña, junto a sus padres. Han tomado el piso superior, tienen agua corriente y electricidad, y lo han hecho porque «cuando decretaron el confinamiento nos quedamos en la calle y no teníamos dónde meternos».
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Así lo manifestó, después de abrir las puertas del inmueble okupado para EL COMERCIO, la madre de los menores, Mari Carmen García, de 33 años. Reside en esta casa, además, junto a su marido, el tío de este, su tía y otras personas. «Vivo en una casa okupa porque no me queda otra», sentenció, al tiempo que bordeaba el mismo muro desde el que cayó J. R. P. el pasado día 4, «pero soy muy consciente de que mis hijos se merecen, como cualquier otro niño, tener una vivienda digna». «Esto es un techo, pero no basta», expuso.
El problema, en sus palabras, es que «es imposible encontrar piso y un trabajo. Me pararon el salario social básico por mudarme de ciudad y no estar empadronados, y ahora no tenemos ningún ingreso. Para que te dejen alquilar una vivienda te piden nómina y aval, y yo no tengo ninguna de las dos cosas. Intento buscarme la vida y a veces voy a pedir», lamentó.
«De la asistenta me mandan a Vipasa y de Vipasa a la asistenta, no entiendo por qué no nos hacen ningún caso»
Actualmente, narró, está tratando de conseguir que le concedan una vivienda de titularidad pública, pero hasta la fecha sus esfuerzos han sido infructuosos. «Ya estoy cansada de pedir una vivienda de protección, pero de la asistenta me mandan a Vipasa y de Vipasa a la asistenta, no entiendo por qué no nos hacen ningún caso», criticó.
Mari Carmen y su familia son originarios de Ventanielles, pero pasaron varios años viviendo en Avilés. Cuando estalló la pandemia retornaron a la capital asturiana y encontraron refugio en la casa de La Tenderina baja. «Nadie nos ha dicho que no podemos vivir aquí, aunque sabemos dónde estamos y que esto no estaba en condiciones», relató. Tanto así, que «cuando entramos, el patio de la propiedad estaba lleno de basura y de jeringuillas. Poco a poco lo hemos ido acomodando para poder aunque sea vivir dignamente», aseguró la madre. «A veces vienen personas y se nos meten abajo, a un lado de la casa, para pincharse, y tenemos que echarlos», constató.
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«Mira cómo estamos»
A su lado, su tía, Ludivina Jiménez señalaba el muro de la parte posterior y murmuraba por lo bajo. «Mira cómo estamos», advirtió. «Esto es un peligro». Al hombre fallecido tras caerse por el muro, J. R. P., lo acogieron «de la calle» hace un año y le invitaron a quedarse en la casa. «No era mal hombre, pero bebía mucho». El día que murió fue un trauma para todos. Ahora han acolchado el pavimento con colchones viejos para prevenir que una caída desde ese mismo lugar pueda resultar fatal.
«Intentamos ir tirando, hemos comprado una vitrocerámica y varias estufas de gas, pero yo lo que quiero es poder vivir en un piso con mis hijos y mi marido», reclamó García. «No somos gente mala, no andamos en la droga ni con problemas, somos personas normales», concluyó. Después, cruzó el muro, entró en la casa y cerró la puerta.
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