Boal, premio al Pueblo Ejemplar, aguarda la visita de los Reyes con su orgullosa memoria

No es casualidad que el edificio más importante sean las Escuelas Graduadas que los boaleses emigrados a Cuba financiaron. 80 años después aún se usa

pablo antón marín estrada

Viernes, 24 de octubre 2014, 03:28

Hay villas orgullosas de sus murallas, catedrales, palacios. Lugares pequeños o grandes en los que la Historia ha ido labrando con su buril de oro viejo la impronta memoriosa del tiempo. En Boal deben y han de estar orgullosos de que su edificio más notable sea una escuela. Es lo primero que se encuentra el visitante al entrar, viniendo por la carretera de Navia. Las Escuelas Graduadas que los boaleses emigrados a Cuba financiaron para que los niños y las niñas de su concejo tuviesen un futuro instruido como el que les habría gustado tener a ellos. Ése era el principal objetivo de la Sociedad de los Naturales del Concejo de Boal en La Habana cuando se constituyó en 1911: fomentar la educación en todos los pueblos del concejo natal. Fruto del empeño de aquellos buenos vecinos del otro lado del mar fueron una veintena de centros escolares repartidos por otros tantos lugares y la joya de la corona, las Escuelas Graduadas, obra del arquitecto Julio Galán. Se comenzaron a construir en 1919 y en 1934 hace ahora ochenta años cruzaron sus puertas los primeros alumnos.

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Ocho décadas después de su apertura el edificio más notable de Boal sigue prestando sus servicios como escuela. Por sus amplios y hermosos ventanales que recrean el modelo de las galerías características de la arquitectura tradicional urbana del noroeste peninsular la luz sigue siendo algo más que una promesa del futuro porvenir de los que hoy se instruyen en estas aulas, también es una compañía amiga.

La luz es una compañía amiga y apreciada en la villa boalesa, deduce el visitante, a juzgar por las innumerables galerías y ventanales en las que se abren las fachadas del caserío, desde los edificios de dos plantas y guardilla de la céntrica avenida de Asturias, con sus bajos activos de comercios con sabor: ferreterías, carnicerías, tiendas de novedades, a los caprichos modernistas y coloniales de las casonas indianas de la calle Melquiades Álvarez, con sus jardines y huertos, a la vera de la carretera general. Alejado el rastro aurífico del verano, ahora en estas galerías se recibirá con gusto en el interior de las moradas la plata humedecida de la luz otoñal.

En el escaparate de un comercio del centro se muestran fotografías antiguas con escenas cotidianas de la vida local: un día de mercado, la procesión de la fiesta patronal, una estampa coloreada del Penedo Aballón (el asombroso mole pétreo de la cercana Sierra de Penouta que tenía la facultad de moverse como si se tratara de una moderna instalación artística y del que toma su nombre un grupo de teatro local) y otra de la conmovedora despedida a los emigrantes que abandonaban su hogar. Los dueños de la tienda han tenido el buen gusto de adornar las imágenes con frutos de la tierra en esta estación: manzanas, castañas y oricios, panoyas doradas. Lejos de resultar kitsch el efecto decorativo hace más auténticas las fotos: unas y otros han salido de la misma tierra, de aquí mismo o de la parroquia de al lado.

Boal, como otras tierras del Occidente asturiano, es una muestra de cómo los hombres y las mujeres son capaces de organizar sus modos de vida utilizando los escasos dones que su entorno les proporciona: caliza para los muros de sus casas y pizarra para los tejados, madera o barro para moldear los utensilios de uso diario, agua para mover los molinos en los que convertir el maíz, el centeno o el trigo en harina o mazos para las fraguas en las que forjar el hierro.

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El Castro de Pendia, situado en una loma sobre la orilla oriental del río del mismo nombre, a unos seis kilómetros de la capital del concejo, es un perfecto ejemplo de aprovechamiento del medio por el ser humano. Datado como otros poblados castreños del valle del Navia entre los siglos IV y II A.C. y posteriormente romanizado, en su recinto se localizan dos saunas de origen prerromano con canalizaciones provenientes del río Pendia y de diversos manantiales, hornos semicirculares de falsa bóveda muy semejantes a los que se pueden observar aún hoy en viviendas tradicionales de toda la geografía asturiana para calentar los baños y un depósito en el que almacenar el agua, además de un vestíbulo y la propia cámara principal. El material utilizado en las paredes de las cabañas entre las que destaca una de grandes dimensiones, probablemente de uso comunal , de los fosos y de los muros defensivos, el suelo pavimentado del recinto, son lajas de pizarra extraídas del propio terreno donde se emplaza el castro.

En La Casa de la Apicultura de Os Mazos se muestra la recreación de un cortín, el cercado circular de piedra con la que se protegían las colmenas del ataque de los osos y del fuego. Sus formas remiten inevitablemente a las técnicas constructivas de las cabañas castreñas. En este espacio museístico se recrea el ciclo de la elaboración de la miel desde sus técnicas artesanales a las actuales. Junto a diversos tipos de colmenas (trobos en la fala del Eo-Navia) se exhiben las herramientas con las que se habilitaban los troncos para albergar los panales: son las mismas que usaban los madreñeiros. Un ejemplo más de aprovechamiento de los propios recursos.

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Aquellos boaleses que embarcaron un día desde Xixón, A Coruña o Vigo rumbo a un destino incierto en América se iban con poco más que un fatu al hombro, lo puesto y la dolorosa memoria de los que dejaban aquí. El equipaje que les resultó más útil en el País de la Emigración fue sin embargo algo más valioso que toda la plata de Potosí: la capacidad adquirida desde bien nenos para aprovechar todos los recursos que tuvieran a mano para sobrevivir en un entorno hostil. La mayoría de esos hombres y mujeres apenas lograron eso al otro lado del Atlántico: sobrevivir como buenamente pudieon en una tierra extraña. «Americanos del pote» los llamó la malicia popular. Otros, los menos aunque no pocos consiguieron hacer fortuna y los mejores de esos vecinos afortunados en su destino en Argentina, Cuba, México nunca se olvidaron del lugar de donde venían ni de sus paisanos. Ayudaron a construir escuelas, lavaderos, fuentes, obras para mejorar la vida de la gente de su tierra. Algunos volvieron y quisieron pasar el resto de sus días en casas que perduran hoy como ejemplos del buen gusto arquitectónico de las primeras décadas del siglo XX, al lado de los edificios urbanos tradicionales. Palacetes como Casa Anita, Villa Damiana o El Zanco. Orgullo de un pueblo que nunca ha dejado de mirar más allá de los valles sin olvidar su propia identidad. El verdadero tesoro de Boal.

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