Nueva tragedia ferroviaria

La historia se repetía. En cuestión de meses. Si en 1973, a mediados de julio, el accidente del tren de la línea Ferrol-Gijón en la localidad lucense de Viveiro se había saldado con 4muertos y 45 heridos, ahora, en octubre, estallaba de nuevo la tragedia. La línea, la misma; el lugar del siniestro, en esta ocasión, Piedras Blancas. Hace medio siglo lo contamos en nuestra portada: el tren rápido que había salido de El Ferrol «con una sola unidad, a las 15.20 horas, y debía llegar a la estación de Avilés a las 20.43 horas». No lo hizo. A la salida de Pravia, según algunos viajeros, el tren había realizado «una parada sin conocerse las causas, y luego reanudó su marcha a buena velocidad». No tenía que parar en Piedras Blancas, pero allí descarriló.

Los servicios de emergencia no se hicieron esperar. Cuando la noticia llegó a Avilés, todo el personal médico y los ayudantes técnicos sanitarios fueron movilizados y se repartieron entre la Cruz Roja, donde se trasladó a los heridos leves, y el mismo lugar del suceso. Allí, José Antonio Vallina hubo de atender «a una joven que se había quedado aprisionada por la unidad ferroviaria, para evitar la gangrena». En aquel caso hubo suerte, pero, a la salida de nuestro ejemplar de hace hoy 50 años, los muertos ya ascendían a cuatro. Eran Francisco H., el jefe del tren y tres víctimas aún no identificadas más.

Por el camino, decenas de heridos, la mayoría de ellos residentes en Gijón o en Avilés, y una imagen dantesca: la del vagón descarrilado «en una zona de charcas formadas por la intensa lluvia que no dejó de caer un solo momento, y que dificultó enormemente los trabajos de rescate, llegando, incluso, a provocar un deslizamiento del vagón, que hizo temer por la vida de Rosa L.», la joven aprisionada por el tren. Allí se dejaría ver, avanzada ya la noche, el gobernador civil , Ignacio García. «En las tareas de rescate intervienen grúas de Ensidesa y se espera que la vía quede expedita a primera hora de la mañana», decíamos, pero sería difícil. Aquel día también lloraba, incansable, el cielo. El imparable diluvio no ayudaba a las tareas de rescate. Una vez más.

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