«No soporto la soledad»

Miles de asturianos pasan el último tramo de su vida en las más de 180 residencias que hay en la región. Hay quien encuentra allí la compañía que no tuvo fuera

OLGA ESTEBAN

Lunes, 24 de febrero 2020, 02:47

Se ha puesto guapísima para la foto. No le falta ni un detalle. El bolso a juego con el traje. Flor en la solapa. Pelo cano perfectamente peinado. No se puede negar lo que dice de ella su amiga: «Es una gran señora». Es Ángela, Ángela Ramiro, 86 cumplidos y mucha pena en el alma. Viuda desde hace 17 años, el peor golpe de la vida estaba aún por llegar. Y llegó hace solo unos meses, en agosto, cuando murió José Ramón, su único hijo, tras siete largos años batallando «como un jabato» contra el cáncer. La situación aún podía empeorar un poco: con el fallecimiento de José Ramón, la nuera, la nieta y los bisnietos también han desaparecido de la vida de Ángela. Y su única hermana tiene alzheimer. La familia más directa ya no existe. Menos mal que Susana, su sobrina, es su «ángel de la guarda», la que se encarga de todo, y que sus primas también la visitan. Así que a los 86, tras toda una vida como agente de ventas que la obligaron a «sacar el carné de conducir a los 40», en la que vendió «todo lo vendible», desde productos de Avon hasta 'tupperware', Ángela ha vuelto a empezar. Y lo ha hecho en una residencia, en Ovida. «Aquí estoy muy feliz». Nueva vida pasados los 80. Nueva familia en la vejez. Y así, como la de Ángela, o parecida, es la vida de miles de asturianos. Los que afrontan su última etapa en centros residenciales, públicos, privados o concertados.

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Es complicado establecer un perfil. Hablar de una 'norma'. Porque Asturias tiene más de 12.000 plazas residenciales, según los datos del 'Informe Envejecimiento en red', y cada uno de esos números es una vida. Podría pensarse en abuelos 'abandonados' en las residencias, sin apenas visitas, sin salir siquiera en Navidad. Y los hay, claro que los hay.

Pero ese frío 12.000 esconde también otras realidades. La de quien dio personalmente el paso de dejar su casa, por ejemplo. Como Valentina Retuerto, 90 estupendos años, que hace nueve y tras quedarse viuda de Tomás decidió ingresar en Ovida. «La soledad es algo que no soporto». La soledad de lo que había sido un hogar compartido y ya no lo era. Porque, en realidad, Valentina no está sola. Su hijo se encarga de ello. Va a comer con ella varios días a la semana y le organizó una fiesta por todo lo alto para celebrar los 90. «Eso es lo que le falta aquí a mucha gente, el calor de la familia», dice Valentina. Se sabe afortunada.

Cuqui y María Esperanza, en primera fila, en una de las salas de Ovida, en Oviedo. Detrás, Pilar y Valentina ven un rato la televisión.

Porque hay quien no conoce y casi no ha conocido ese calor. Porque muchos de los mayores que están solos en las residencias ya lo estaban antes. Porque Cáritas ya habla de la soledad como una «nueva pobreza». Porque el individualismo y la falta de red se sobrelleva y compensa con otras cosas en la juventud y la madurez, pero en la vejez se vuelve complicado. Un verdadero obstáculo cuando los vecinos tienen más años que tú. Cuando van muriendo. Cuando, sin hijos, los sobrinos viven lejos. Cuando se acabaron los hombros que antes se arrimaban. Porque ya son demasiados los ancianos que en Asturias han aparecido en sus casas, muertos desde hacía semanas, meses o incluso años, sin que nadie en todo ese tiempo les hubiera echado de menos.

Por eso, en muchos casos, las residencias no son sinónimo de abandono. Para muchos, la residencia es un nuevo inicio. Es una familia a los 80. Es estar acompañado tras años de soledad.

Que se lo digan a Felisa García, Cuqui, 64 recién cumplidos. Cuqui ingresó en Ovida con una plaza de emergencia social. Sin hogar, llegó al hogar Cano Mata, de Oviedo. Y allí le gestionaron la plaza que la llevó a Ovida hace casi tres años. Originaria de Barcelona, Cuqui admite: «No tengo a nadie». No hay padres, ni hermanos, ni primos, ni sobrinos. La residencia para ella, por lo tanto, ha sido un regalo. «Aquí estoy encantada de la vida. No me quiero marchar». Pero sabe que tendrá que hacerlo. Está a punto de conseguir una plaza residencial del ERA y eso supone que la trasladarán al establecimiento público que haya disponible. Esté donde esté de Asturias. Vuelta a empezar de nuevo.

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Las cifras

  • 5.796 plazas públicas y concertadas en residencias y apartamentos en toda Asturias

  • 189 establecimientos en Asturias en total.

  • 3.875 solicitudes de ingreso para las residencias públicas, un 11% más que el año anterior

  • 2.159 personas son las que ingresaron en las plazas públicas. Hay una lista de espera de unos 1.400

  • 68% de las solicitudes registradas son para mujeres.

  • 86% de las estancias definitivas en residencias se solicitan para mayores asistidos

El Principado dispone en Asturias de 5.796 plazas en residencias y apartamentos públicos (gestionados de forma directa o indirecta), centros concertados y centros de día. El último ejercicio del que hay datos oficiales, 2018, se registraron 3.875 solicitudes de ingreso. Suponen un 11,22% más que el año anterior y nada menos que un 40% más respecto a 2015. La necesidad y la tendencia son evidentes. Las solicitudes llegan, mayoritariamente, de mujeres (un 68%).

Se puede solicitar plaza temporal o permanente. Las primeras se solicitan, sobre todo, en casos de alta hospitalaria, en casos donde la recuperación y los cuidados se complican en el hogar. También por la necesidad de 'descarga familiar'. O incluso por enfermedad del cuidador.

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Durante 2018 ingresaron en los centros residenciales públicos algo más de 2.100 personas. Muchas solicitudes son denegadas porque no cumplen los requisitos económicos, por ejemplo. O porque renuncian después de que se les asigne plaza en una residencia lejana. Con todo, en los últimos años, la lista de espera para acceder a una plaza pública se sitúa entre las 1.100 y las 1.400 personas. 1.400 mayores esperando su oportunidad para acceder a un lugar donde ser atendidos en el último tramo de su vida. Los que no quieren esperar y pueden permitírselo optan por centros privados.

En Madrid, recientemente, saltó la alarma. Una asociación cultural de mayores quiso saber la situación de los residentes. Analizó los datos de once establecimientos de municipios del sur de la capital. Los resultados fueron desesperanzadores: solo un 40% recibe visitas, muchos menos durante las vacaciones veraniegas, y pocos salen a pasar la Navidad con las familias.

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Las residencias privadas en Asturias no están de acuerdo. Arsenio Alonso es el presidente de la patronal Ascege, Asociación de Centros Geriátricos, y, aunque no tiene cifras contrastadas, se atreve a afirmar que no más del 5% de los residentes de sus establecimientos estarían en esa situación. «No hay casos de abandono. Los que no reciben ninguna visita son casos muy puntuales». Frente a eso, cuenta los que «reciben visita mañana y tarde». En la residencia Ovida de Oviedo han analizado su registro de visitas para este reportaje: a un 7% de los residentes no les visita nunca nadie. Y añaden que, generalmente, los que sufren de soledad en la residencia ya la sufrían antes.

Es evidente que hay casos de todo tipo. Que, como decíamos, detrás de 12.000 plazas hay 12.000 historias. Como la del señor que iba a ingresar en una residencia del concejo de Gijón con su mujer. Plazas reservadas. Planes hechos. Pero ella falleció. Sin hijos ni más familia, él ha terminado por entrar en el centro solo. Como la señora que falleció en ese mismo centro el mes pasado tras años de soledad.

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Mujeres cuidadoras

Pero también está la de Pilar Álvarez-Valle Rubiales («Álvarez solo no, ¿eh?, que no me reconozco»), 91 años, tres en Ovida. Llegó al centro como otros muchos, tras una caída. «Quería estar sola en mi casa, pero ya no podía. Si no, me hubiera quedado». Con tres hijas, dos hijos, nueve nietos y cinco bisnietos, Pilar no se siente sola. Aunque la mayoría no viva en Asturias, recibe visitas. Muchas. Diaria, de una de sus hijas. Es la propia Pilar la que, cuando llueve mucho, por ejemplo, la llama. «No se te ocurra venir, que está diluviando». En la residencia está «muy contenta, los chicos son excelentes», y se anima con la cocina, la costura y los talleres para entrenar la memoria. El bingo no la convence.

María Esperanza Pulpeiro («asturiana de padres gallegos») se ha pintado los labios. Pendientes largos y collar. Es presumida. No confiesa la edad. «70 y algo». Lleva ya cuatro años en Ovida. Tiene problemas de movilidad, se ayuda de la silla de ruedas y, pese a convivir con su compañero, «pasaba mucho tiempo sola». Y María Esperanza ejemplifica con una sola frase cuál es la realidad del perfil del cuidador en Asturias y en todo el país. «Es que en la familia no hay mujeres». Como el resto de compañeras, está «encantada. Aquí hay gente maravillosa a la que cogí mucho cariño». ¿Se han convertido en su familia? «¡Claro!». Y se emociona al recordar la estampa que le dio Ángela antes de ir al quirófano. A María Esperanza le gusta leer y escribir, hacer fotos y recordar los años de modista.

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María Esperanza se siente ahora acompañada. Por Valentina, Ángela, Cuqui y Pilar. Y los otros muchos residentes. Dicen que se han convertido en familia. La segunda para quien mantiene a la original. La única para quien ha visto cómo todos sus lazos se fueron deshaciendo.

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