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Terapias.Veinticuatro presos participan en los talleres específicos contra la violencia de género. PABLO LORENZANA
25 N - Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres

180 presos por violencia de género en Asturias

Terapias. Los talleres voluntarios para maltratadores en el Centro Penitenciario logran reducir la reincidencia a la mitad

Susana Neira

Oviedo

Jueves, 25 de noviembre 2021, 03:56

Javier, por qué dices que tu mujer está mal?», pregunta con intención el terapeuta a un maltratador. «Porque está histérica perdida, ahora resulta que dice que le pego... bueno alguna vez le he dado un empujón, esos roces los hay en todas las parejas...». «A mí me hace motivos por un tubo, me provoca precisamente para que yo le pegue», responde otro. Este diálogo pertenece a una terapia en grupo de la película 'Te doy mis ojos', que Icíar Bollaín dirigió hace ya dieciocho años pero convertida en un manual de libro tanto por la relación entre Antonio, el agresor, y la víctima, Pilar, como por el realismo de otra escenas, entre ellas esa conversación donde los maltratadores se exculpan.

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El largometraje es uno de los recursos empleados en las terapias del Centro Penitenciario de Asturias. Tras sus alambradas cumplen condena por delitos de violencia de género entre 180 y 190 presos, más de un 20% del total de los reclusos. «Sí, es un porcentaje relevante, lo que no quiere decir que sea condena exclusiva. La mayor parte de las veces suelen ser varios delitos», explica Gabriel Ledo, psicólogo y subdirector de Tratamiento de la cárcel provincial.

En el caso de 'Te doy mis ojos' el final queda abierto. Pilar (interpretada por Laia Marull), escoltada por sus compañeras de trabajo, recoge sus maletas y emprende una nueva vida. Y Antonio (Luis Tosar), el marido y padre autoritario con baja autoestima y una ira que no logra contener, se queda mirando pensativo. Si le hubiera denunciado, lo más probable es que habláramos de un final cerrado: con el maltratador entre rejas.

Cuando un condenado ingresa en el Centro Penitenciario de Asturias la primera decisión es «adónde va», explica Ledo. Una vez en el destino -una de las Unidades Terapéuticas u otro módulo, en función de sus características-, se le aplica un programa individualizado de tratamiento, en este caso específico para la violencia de género. «El principal problema que nos encontramos es que el nivel de condenados es bastante superior a nuestra capacidad de recursos humanos. Entonces lo que hacemos es seleccionar perfiles de riesgo, aquellos que tienen mayor posibilidad de reincidir para iniciar terapia». Y es voluntario, «sino no tendría ningún efecto positivo, ni para ellos ni para el resto de participantes», detalla.

Dos psicólogos se encargan de dirigir cada uno de los dos grupos, con doce internos, y trabajan entre ocho y doce meses. «No es recomendable que lo inicien al principio de la condena. Lo ideal es hacer coincidir los permisos de salida con la finalización del programa», sitúa el subdirector de Tratamiento, que hace balance de los resultados que arrojan estadísticas nacionales sobre este tipo de intervenciones: «La tasa de reincidencia general es del 24%, en el caso específico de violencia de género del 14%; para los que finalizan el programa la tasa general del 16% (cometen otros delitos) y la específica del 8%. Aparentemente es un 6%, pero es el doble, porque quienes más preocupan son los que tiene posibilidad de reincidir».

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Que un preso participe de forma voluntaria no quiere decir que lo haga convencido. La mayoría opta por la negación. Por las excusas; por esa culpa huérfana. «Son mecanismos de defensa, formas de justificación; es difícil asumir que has estado haciendo las cosas muy mal, que te has comportado como un canalla». Es decir, pocos se apuntan a los talleres por tener conciencia del problema y muchos «porque quieren conseguir cosas: salir de aquí cuanto antes, disfrutar de un permiso, pasar a tercer grado...». Sea como fuere, para los profesionales tener a un recluso en terapia es una oportunidad. La base para reconducir su comportamiento. «¿Admitimos a internos que solo quieren los permisos? Claro. Lo importante es el punto de llegada, porque el punto de partida es ese», admite el responsable.

A partir de ahí, sesiones grupales de tres horas semanales. Abordan la toma de conciencia de la situación, el aprendizaje de los comportamientos agresivos, los factores precipitantes de esa violencia, las formas de pensamiento sobre la mujer, la empatía hacia la víctima, los consumos de alcohol o drogas, su historia personal o la identificación de las emociones... Que logren mirarse al espejo. «El grupo como elemento terapeuta funciona muy bien. Muchas veces el terapeuta es escuchado como alguien ajeno a esa cultura, que no pertenece al entorno, pero cuando alguien igual que tú, condenado por violencia de género, te está diciendo cuáles son sus fallos, ves cuáles son los tuyos y qué has hecho mal», indica. Como en 'Te doy mis ojos', comparten sus experiencias, sus ataques, y también sus miedos.

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Cartas ficticias

Por eso el cine es una de las claves para ejemplificar determinados comportamientos, que también se abordan a través de ejercicios de expresión oral y escrita. Porque la terapia va más allá de esas tres horas: «Esa parte más invisible en la propia celda es fundamental». Uno de los ejercicios consiste en escribir una carta ficticia -nunca tienen contacto con la víctima- en la soledad del cuarto. «Para ver si reconoce el daño; como ejercicio mental es muy ilustrativo. Son cartas muy cargadas, donde el interno cuenta. Suele haber un nivel de arrepentimiento en muchos casos y en otros intenta justificarse, no abiertamente, sino poniendo excusas. Es un mecanismo de defensa psicológico porque te avergüenzas», expone.

Antonio, ese hombre posesivo y violento, es de mediana edad. Ledo considera que los perfiles son reduccionistas. La cárcel admite a todos y la violencia no tiene nombre ni apellidos, pero el maltratador, como los que cumplen condena en el Centro Penitenciario de Asturias, habitualmente «suele ser un hombre de unos 40 años, que a evolución (la tendencia) se va más hacia abajo, entre 30 y 35. Y los casos de mayores son especialmente violentos; los delitos más graves, los de homicidio, los comete gente mayor, de cincuenta largos y sesenta».

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Durante el tiempo entre rejas, los presos no pueden tener ningún tipo de comunicación con la víctima. El problema es cuando salen y ya no existe esa orden de alejamiento. Se vuelve a estudiar caso por caso para autorizar los alojamientos durante los permisos. El 92% no reinciden pero ese 8%, incluso tras la terapia, agrede de nuevo a una mujer. Algunos vuelven pasados varios años, otros a la semana.

Dentro de la cárcel también se trabaja con ellas, con reclusas condenadas por otro delitos que a su vez han sido víctimas de violencia de género. Cualquier esfuerzo merece la pena para reducir casos como el de Antonio y proteger a esas muchas víctimas como Pilar.

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