El arquitecto Joaquín Vaquero Ibáñez, en su estudio de Madrid. IÑAKI MARTÍNEZ
Joaquín Vaquero Ibáñez Arquitecto, hijo de Joaquín Vaquero Turcios

«La obra artística de Vaquero Turcios en El Molinón está abandonada»

«La instalación necesita mantenimiento; el original se hacía con una cesta elevadora y un operario con una pistola de agua a presión»

Lunes, 8 de julio 2024, 02:00

La intervención artística que envuelve el estadio El Molinón tuvo un futuro incierto en los últimos años. La remodelación que se planificaba para que el ... estadio pudiese optar a ser sede del Mundial 2030 prescindía de un elemento que, durante los últimos doce años, ha sido seña de identidad del campo gijonés. La obra la firma Joaquín Vaquero Turcios, aunque fue su hijo, Joaquín Vaquero Ibáñez, arquitecto, junto al resto de la familia, quien se tuvo que encargar de culminarla ante el fallecimiento de su padre.

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–El Ayuntamiento va a reformar El Molinón, pero va a mantener la obra de su padre. ¿Qué supone esta noticia para su familia?

–Es una buena noticia, ilusionante, sobre todo en el contexto de los últimos años, con El Molinón inmerso en procesos de demolición y reconstrucción. Aquellos momentos no fueron agradables. Sucede a veces con el legado artístico, que no tiene el mismo valor que otras construcciones.

–¿Llegaron a temer por el futuro de la obra?

–Muchísimo. Llegamos a creer que la obra iba a desaparecer y que sería sustituida por otra solución. La arquitectura perdura en el tiempo, pero las obras de arte no están consideradas de la misma manera. Cuando un artista hace una obra para un espacio, la vocación es que perdure en el tiempo. Es necesario que se entienda el valor que tiene y el compromiso adquirido a la hora de hacer esa creación. A veces estas obras desaparecen sin pena ni gloria y sin legislación que las proteja. Ya ocurrió con el mural de mi padre del Teatro Real de Madrid, que lo quitaron y lo llevaron a un sótano. Hay que reivindicar que el arte forma parte de nuestras vidas y hay que protegerlo.

–¿Llegaron a ponerse en contacto con ustedes para buscarle una solución a la obra?

–En ningún caso. Estoy seguro de que se hubiese podido buscar una solución teniendo en cuenta el trabajo previo, constructivo y artístico. Proteger el patrimonio es sostenible. No hay nada más sostenible que reutilizar.

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–¿Se podía salvar esa envolvente si se hacía un nuevo estadio?

–Sin duda. Una de las características de la obra es la modernidad con la que se planteó la ejecución de esta piel. Además de ser un gran artista plástico, mi padre aplicaba esas ideas de una manera muy práctica y siempre interesado en soluciones tecnológicas. Este es el mural más grande de España. Es una gran obra de arte a modo de 'collage', de gran pintura, impresa sobre tela perforada y sostenida en marcos de aluminio modulados sobre la fachada. Esta tela superresistente se imprimió y se organizó montándose sobre los marcos y que montaban a su vez sobre enganches a la fachada. Es una fachada modular, reutilizable. Si un sector se daña se puede desmontar, reimprimir y volver a montar. Podríamos forrar otro edificio en Gijón, por ejemplo.

–¿Qué supuso esta obra para su padre?

–Fue una consolidación de su relación y amor por Asturias y por Gijón. Recibió este encargo como un honor. Y la culminación de una trayectoria de gran formato como artista. Tras los murales de las centrales de Grandas de Salime, Tanes, Proaza, el del Teatro Real, los de los principales aeropuertos de España, llegó este encargo aún más grande para expresarse como artista y buscando además soluciones tecnológicas. Fue un momento muy especial en su trayectoria como artista.

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–Les tocó rematar el proyecto tras la muerte de su padre.

–Fue un momento durísimo. Al mismo tiempo teníamos clara la necesidad de culminar este compromiso con Asturias, con Gijón y también con mi padre. Tuvimos que recuperar todo su trabajo, fueron momentos de duda, de reinterpretar algunos bocetos... Fue muy complicado, pero a la vez muy satisfactorio.

–¿Cómo recibió Gijón el proyecto?

–Lo único que he recibido es sidra, festejos y homenajes (ríe). Lo que a mí y a mi familia nos llegó es gratitud, entusiasmo y alegría.

–Han pasado ya doce años. ¿Está bien conservado?

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–No, está abandonado. Entiendo que entramos en cuestiones de ver quién pone el dinero, pero si no nos preocupamos de nuestro patrimonio, mal vamos. Los estadios son referencias en las ciudades, que albergan restaurantes, museos... Es una pena que ese significado no se entienda como un valor del que se obtenga un beneficio. No sé cuantos estadios hay en el mundo con una obra artística tan significativa en todo el perímetro.

–¿Qué necesita la obra para recuperar su imagen?

–No tengo datos técnicos, habría que hacer un estudio. Pero sobre todo lo que necesita es mantenimiento, limpieza y no sé si algún grado de restauración. Pero tengo la sensación de que no le hace falta muchísimo. Los materiales tienen una garantía de 30 años. Habría que limpiarlo con cariño, necesita un poco de amor y atención, pero no mucho más.

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–¿Y en términos de costes?

–Lo desconozco, pero para el mantenimiento original se necesitaba una cesta elevadora con ruedas y un operario con una pistola de agua a presión que recorría el perímetro. Así estaba planteado. Que han pasado unos años y quizá haga falta algo más, pues se le pasa también un cepillo. Pero hablamos de ese orden de actuaciones. Nosotros estamos encantados de poder echar una mano y seguir devolviendo todo el cariño que recibimos en el formato que sea: restauración, búsqueda de soluciones, adaptación del proyecto...

–El Ayuntamiento plantea recrecer algunas gradas. ¿Es compatible con la instalación artística?

–Como es una operación epidérmica, si la grada crece, lo que tiene que hacer esta piel es adaptarse a esa nueva forma. Está chupado, no supone un problema. Es un sistema que se adapta al estadio.

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