Regina, o cómo volar sin brazos
La valdesana Regina García fue un claro ejemplo de una vida plena a pesar de haber perdido los dos brazos a los 9 años, a principios del siglo XX
ÓSCAR CUERVO
Lunes, 3 de diciembre 2012, 07:36
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Cuando alguien pierde una extremidad en un accidente acostumbra a entrar en un estado de depresión difícil de superar. La frustración invade la mente y ya nada acostumbra a ser como antes. Aunque basta un ejemplo para dar una oportunidad a la esperanza. Regina García López, 'la Asturianita', había nacido en la parroquia valdesana de Valtravieso en 1898. Era una niña inquieta, de carácter, que trataba de descubrir por sí misma los secretos más cercanos a su existencia. De ahí que un día decidiera acudir, como hacía a menudo, a la serrería de su padre. «Se metió debajo de algún mecanismo y, sin que los obreros supieran que ella estaba allí, accionaron el artilugio». Una decisión que le hizo perder los dos brazos y marcó su vida irremediablemente.
Luis González Fernández recoge en el libro 'Regina, el coraje de una mujer. Biografía apasionante de una mujer singular' una historia de fuerza y sacrificio. «Sería más conocida de no ser por la censura impuesta por los gobiernos que tuvimos», lamenta González, quien explica que la infancia de 'la Asturianita' no fue, precisamente, un camino de rosas. «Un indiano pagó su educación pero vivió en un asilo, un lugar que no corresponde a una niña de esa edad», explica. Incluso, Regina señala en su diario que las niñas no querían jugar con ella por su discapacidad y que era solo con los varones con los que encontraba cierto esparcimiento golpeando piedras con los pies y jugando a fútbol.
Pero la madurez fue llegando poco a poco y, con ella, las reflexiones. Por su cabeza llegó a pasar incluso la idea del suicidio. «Tuve la desesperación del ciego que sueña con ver y al que le saltan los ojos. Una tarde fui a lo alto de una roca. Quería morir. Esperé a que subiera la marea para arrojarme al mar y acabar con mi odisea. Pero miré al fondo. Un cangrejito se agitaba vagamente dentro del hueco de una roca. Al bajar la marea se quedó allí cautivo. Pensé: 'Si él se salva, yo también'. De súbito, un golpe de ola fragmentó sus espumas sobre la cúspide serena. Miré y ya no estaba», relata Regina en su diario. Tras ello, una revelación. Vio comer a un simio con los pies. Y ahí empezó, tras meses de duras pruebas, una carrera al estrellato que la llevó por medio mundo mostrando sus nuevas habilidades, que pasaban de montar a caballo, a conducir un coche, coser, pintar, brindar, escribir e, incluso, disparar una escopeta.
Cae prisionera
Dominaba a la perfección varios idiomas y hacía gala de una inteligencia innata. «Pero también se iba de la lengua más de la cuenta», lamenta el autor del libro sobre la vida de 'la Asturianita'. Al parecer, gustaba de defender a los presos de la República, algo que le granjeó alguna que otra desconfianza y, finalmente, la cárcel. «Al final cae Madrid en manos de los nacionales, por lo que Regina abandona la cárcel». Con la guerra civil acabada, decide pasar una tarde en el cine. «Al final de la película todo el mundo tenía que hacer el saludo fascista. Ella, obviamente, no podía. Un falangista la obligó a levantarlo y ella contestó que no lo haría ni en presencia de Franco», explica Luis González, para quien su «fuerte temperamento» la llevaron de vuelta a la cárcel.
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Allí explicó a los guardias que no tenía brazos y que había sido prisionera de la República. Quedó libre, pero lo espías del caudillo la siguieron. El Régimen llega a pedirle, igual que hicieron los republicanos, que colabore con sus dotes. «Aunque ella nunca lo reconoce en su diario». Se niega y es encarcelada en la prisión de Ventas.
Acusada de ser «bastante peligrosa» y «muy propagandista del comunismo», es finalmente absuelta pero enviada «por loca» a un psiquiátrico. Allí muere, en 1942, a los 44 años. Fue madre de tres hijos, se casó y se separó, demostrando que no hay barrera insuperable.
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