El salvaje brillante
El agitador Diego Costa, que suena para 'La Roja', es el delantero del momento y el rostro triunfador del Atlético
R. BASIC
Lunes, 30 de septiembre 2013, 03:42
Diego Costa (Lagarto, Brasil, 1988) lo aprendió todo en la calle. Aprendió a sobrevivir, a defenderse, a atacar. Sobre todo a atacar, su actitud ante la vida y el balón. De pequeño ni siquiera fantaseaba con ser futbolista, simplemente quería un trabajo para ganar unos reales e invitar a una chica bonita a comer. Fue allí, en el asfalto, donde comenzó a escribirse la historia de un jugador brillante y salvaje. Hasta los dieciséis años no formó parte de ningún equipo porque en su ciudad natal no había infraestructuras ni campos de hierba, una suerte de escuela en la que formarse y aprender los códigos de conducta básicos para actuar en un terreno de juego.
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En el 'verde' se peleaba con todos, insultaba y amenazaba, imponía la ley del más fuerte, y hoy reconoce que aquel 'modelo' de aprendizaje contaminó su comportamiento en un estadio de verdad. Tras muchas temporadas de idas y venidas, de lesiones y mudanzas constantes, el delantero representa ahora mismo el carácter ganador de un Atlético espectacular y suena para 'La Roja'.
Su padre, Jair, le puso el nombre Diego por Maradona, jugador que admiraba. Le importaba un bledo que fuera argentino porque disfrutaba con su fútbol. «A mi padre le gustaba lo bueno», explicaría después el brasileño nacionalizado español, que el sábado tumbó al Real Madrid en el Bernabéu y marcó su octavo gol en siete jornadas de Liga. Lleva los mismos que Messi y dos más que Cristiano Ronaldo, un registro espectacular que confirma su inmejorable estado de forma. Tanto es así que se especula con su presencia en la selección nacional y, según sus compañeros de vestuario, estaría encantado de ponerse a las órdenes de Vicente del Bosque.
A Diego Costa o se le quiere o se le odia. No deja indiferente a nadie y él lo sabe. Admite que ha cometido muchísimos errores y que su comportamiento ha sido inadecuado en más de una ocasión -llamó «mono» a Kondogbia en un duelo de Copa, Demichelis y Jesús Gámez quisieron pegarle por sus continuas provocaciones y el bético Amaya, desquiciado, le escupió en un partido-, pero asegura que ha aprendido a controlar su lado salvaje. Sostiene que la ausencia de la pedagogía durante sus años de formación como futbolista le hizo mucho daño y que por eso le costaba -y le sigue costando- controlarse en el terreno de juego. De todos modos, no piensa anestesiar del todo su carácter volcánico y visceral. «Si las cosas me salen mal, me queda la pelea», advierte.
Es justo lo que le apasiona a Simeone, el único entrenador que le dijo que le quería con todos sus defectos y con todas sus virtudes. Estuvo a punto de marcharse del Atlético -Betis y Liverpool le abrieron sus puertas-, pero el argentino le prometió que sería uno más.
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Contrabando en la frontera
El camino no ha sido nada fácil para un chaval que siendo adolescente se dedicó durante una temporada al contrabando de «marcas falsas». Solía desplazarse a la frontera con Paraguay, donde se hacía con la mercancía que luego revendía en un centro comercial. El fútbol fue su tabla de salvación y su primer contrato en condiciones lo firmó con el Sporting de Braga (2006), después de pasar por el modesto Penafiel. Luego militó en Celta, Albacete, Valladolid, Rayo y Atlético. Iba de un lado a otro hasta que Simeone le dio la estabilidad que tanto buscaba. El año pasado hizo 20 goles con la camiseta rojiblanca -venía de recuperarse de una grave lesión de rodilla- y ahora ya lleva 8 y sólo en Liga.
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