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Javier Cristobo en plena campaña antártica.

La gran botica de la Antártida

El director del Oceanográfico de Gijón busca en el fondo del mar antártico invertebrados y algas con propiedades farmacológicas

AZAHARA VILLACORTA

Jueves, 28 de enero 2016, 03:52

«Estar en la Antártida es como vivir dentro de un documental de National Geographic. A veces es duro, pero te acercas a la playa y ves pingüinos y focas. O, de repente, ves una ballena. Es increíble estar en plena Naturaleza salvaje. Y, desde el punto de vista científico, participar en una campaña antártica, investigar en un lugar tan remoto que todavía está por descubrir es un privilegio, una experiencia única en la vida», resume Javier Cristobo, que, aunque nació gallego, se considera asturiano de adopción, tras nueve años en Gijón.

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De hecho, una de las cosas que cuenta con más emoción el director del Centro Oceanográfico de la ciudad es que, al llegar a la Isla Decepción a bordo del Buque de Investigación 'Hespérides' desde Punta Arenas (Chile) después de tres días de travesía, una de las primeras cosas que vio fue un cartel rojiblanco en forma de flecha que indicaba «Gijón» y la distancia que separa el continente más gélido del planeta de San Lorenzo: 12.773 kilómetros. Aunque, a decir verdad, las señales eran dos: una con la tipografía oficial utilizada en 'las letronas' y la segunda, patrocinada por Sidrería El Requexu.

Un pilote rematado por un toro los sustentaba. «Hasta que este invierno, en el que se registraron temperaturas de 40 grados bajo cero, los temporales lo derribaron». Pero la idea es volver a levantarlo donde solía estar: junto a la Base Gabriel de Castilla, que gestiona el Ejército de Tierra, donde este miembro del Instituto Oceanográfico Español convive con militares y con otros científicos enrolados en distintos proyectos. 35 personas en total que sufren juntas los rigores antárticos. Esos días en los que la ventisca les impide salir y les obliga a quedarse «recluidos en el módulo de vida».

Su proyecto -en el que participan ocho investigadores- se ha denominado 'Distantcom' y, como explicaba ayer mismo vía telefónica, «consiste en estudiar la fauna y flora marina del continente»: «Se trata de descubrir especies nuevas y estudiar qué compuestos químicos pueden tener esas especies para que, en el futuro, sean utilizados por sus propiedades para combatir ciertas enfermedades». Nuevos fármacos. Potenciales antitumorales y antiinflamatorios.

Les ayuda una época favorable. «Estamos en pleno verano, así que la temperatura solo baja hasta los 15 grados bajo cero que soportamos el domingo, pero un día normal oscila entre los cero grados y los menos dos». Eso, si hablamos de la tierra. Porque la temperatura del mar en el que bucean día tras día entre 30 y 40 minutos a una profundidad máxima de 25 metros en busca de muestras va de -1,5 a 1 grado centígrado, por lo que necesitan un equipamiento especial: «El cuerpo humano no puede soportar esas temperaturas si no es con un traje seco. Ten en cuenta que, si una persona cae al agua y no lleva uno de estos trajes, como mucho, sobreviviría cinco minutos viva. En seguida sufriría espasmos y moriría de un paro cardiaco».

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Y todo lo que hacen este biólogo marino y sus compañeros de campaña queda registrado en el 'Diario de Operaciones' del Ejército, que, en su última entrada, del pasado día 19, constata: «Hasta hoy llevamos ya 28 inmersiones y casi 800 muestras de invertebrados marinos y algas».

Con esas muestras se realizan, luego, diferentes experimentos. Algunos, en acuarios con agua de mar circulante donde se mantienen las especies vivas que, una vez concluido el trabajo, se devuelven al mar. Y, así, por ejemplo, han encontrado ya «una especie de oasis de paredes verticales en las que prácticamente ningún centímetro cuadrado está desprovisto de fauna y flora». «Todo un vergel», según Cristobo, que también tiene entre sus misiones proteger la biodiversidad y estudiar los efectos del cambio climático, convencido como está de que «el mar es una enorme farmacia natural».

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